—Llega a un Zaragoza colista tras el cese de Gay. ¿Quién contacta primero con usted?

—Recuerdo que estaba en Inglaterra con mi hijo y me llamó un amigo de Agapito Iglesias para una reunión. Nos vimos en Madrid y lo cerramos.

—¿Qué le convenció?

—Tras disputar el Mundial en Sudáfrica con México, antes había dirigido muchos años en España y quería volver. Zaragoza era un plaza estupenda, un equipo con historia, con títulos, una gran ciudad. Habíamos venido con mi mujer y mis hijos muchas veces. Era atractivo todo.

—Pero el club daba síntomas de inestabilidad. ¿No le hizo dudar?

—Es cierto. Llamaba la atención que, tras haber ascendido, que en teoría había pasado lo peor, seguía con problemas. Había salido Marcelino en diciembre del año anterior, entonces lo hacía Gay y yo no sabía que poco más de un año después me tocaría a mí. Duré lo que duraban habitualmente los entrenadores entonces allí. No se distinguía el club por tener paciencia, pero a veces hay que tomar ese tipo de medidas y entre otras cosas había una fractura entre la afición y la directiva, con Agapito Iglesias, muy grande.

—De hecho, esa división aumentó en su época en el banquillo.

—Sí, fue a más mientras yo estuve. Los resultados en la primera temporada fueron buenos y se calmó todo un poco, pero en la segunda recuerdo que Agapito no iba ni al palco, lo que es una muy mala señal. Refleja una situación grave, que el equipo de alguna manera está a la deriva.

—Al Zaragoza lo acercó al abismo, a casi la desaparición. ¿Qué impresión tiene usted de él?

—Habría que distinguir entre lo personal y lo profesional. Como presidente nunca se metió en mi trabajo. Fuimos algunas veces a comer, y hasta ahí, no intimamos, pero me respetó. Donde tuvimos las diferencias y fue el principio del fin fue con que en un equipo que hizo bien las cosas en la primera temporada que estuve vinieron creo recordar 14 nuevos en verano. Es muy difícil trabajar así, si cada año el grupo es otro. Es muy extraño y difícil de digerir. Tenían muchas ganas, él y sus asesores, de mover jugadores, de sacar y meter, eso hacía imposible una estabilidad. Ese fue el mayor problema con él.

—Llegó para sustituir a Gay, al equipo le costó levantarse, pero fue a más apoyado en Gabi, Ander, Lafita, Leo Franco, Jarosik, Da Silva, Bertolo...

—Y no se olvide de Ponzio, que era vital. Había jugadores interesantes que con el paso de los años lo demostraron. Ponzio sigue siendo un referente en River. Ander era muy joven y con un margen de mejora brutal. Ahora mismo juega de mediocentro en el United, lo que era inimaginable por su físico y por su tendencia ofensiva. Eso revela que sus ganas de crecer son su mejor virtud. Y lo de Gabi no me extraña, porque su compromiso era infranqueable y ahora encontró una estabilidad en el Atlético. Se le ve que disfruta, se le nota pleno.

—Logran la salvación tras 27 jornadas. ¿Cuál fue la clave?

—El compromiso total del vestuario. Ellos fueron muy francos conmigo y yo me apoyé al principio en la gente que conocía de antes. Fuimos poco a poco sumando, creciendo, arrimando el hombro, metiéndonos al barro y sacando puntos de dónde y cómo fuera. El mérito estuvo en la humildad y en el trabajo, sin duda.

—Esa salvación en Valencia ante el Levante quedó después ensuciada por la denuncia por amaño. ¿Cómo ha vivido todo eso?

—No es agradable para nadie, para ninguno de los clubs, ni para jugadores ni entrenadores. Espero que al final acabe todo bien.

—Usted declaró el 27 de marzo del 2015. Lo han hecho ya todos hace tiempo y no hay decisión.

—No sé por qué está tardando. Di mi versión a la jueza y ya está. Estuve 20 minutos declarando.

—¿Es cierto que declararon que ustedes, los que pertenecían al Zaragoza, devolvieron el dinero que Agapito les había dado?

—Mi declaración ahí queda, solo para la jueza, y los abogados siempre nos recomiendan no emitir ningún juicio. Ahora, estamos esperando a que el caso sea sobreseído o siga adelante.

—Todos se ratifican en que allí no hubo ningún amaño, ¿no?

—Está el vídeo del partido, quien lo quiera ver que saque conclusiones. Quedé contento con el triunfo del equipo, aún más con los 12.000 zaragocistas que fueron a apoyar y se llevaron esa gran alegría. Que cada uno piense lo que quiera. Y que la jueza decida.

—Le costó un puesto el juicio, el de seleccionador de Japón.

—Bueno, no solo fue eso, antes jugamos una Copa Asia que no fue buena. Se hizo público y decían que me podía distraer en un futuro, con viajes y declaraciones en el juzgado. Ellos, por su estilo y por su forma de ser, vieron que era mejor rescindir contrato. ¿Si me enfadó la decisión? No me gusta estar en lugares donde no desean que esté. Les intenté convencer, pero tomaron su decisión y la respeto. Soy perro viejo y ya tengo experiencia.

—Después de esa salvación llega un verano agitado. Agapito empieza una colaboración con Jorge Mendes. ¿Qué le pareció?

—Traer jugadores de renombre, como Roberto, Meira o Postiga, no es fácil y esa colaboración pues sería provechosa. Recuerdo que esa pretemporada estuvimos en Inglaterra y tardaron los jugadores en llegar. El proyecto era hacer algo grande para ir a Europa, y a mí me parecía bien, pero los refuerzos es básico que lleguen en tiempo y en forma.

—El club estaba en concurso, llegaron jugadores a través de fondos, el malestar de la plantilla que quedaba por los impagos...

—Hubo malestar general, porque nosotros, de buena fe y en aras de ayudar al club, firmamos. Resultó que no era lo que nos dijeron, que fue que íbamos a cobrar todo lo que nos debían. Al poco tiempo se fue destapando todo. Que si ocho años y solo la mitad, después ves el fondo del convenio y solo el 40% y el resto dependiendo de traspasos. Y son pagos que aún no han empezado, Ahora se han retrasado dos años más…

—¿Cómo lidia un entrenador con tantos problemas como tenía usted en el Zaragoza?

—Había mucho ruido en el día a día del verano del 2011. A los del año anterior se les adeudaban cosas, llegan otros y hay unas diferencias de salarios brutales. Uno que cobra poco y encima no le pagan y otro que cobra mucho y sí. Son cosas que a los técnicos se nos escapan. Se torció todo. No lo utilizo de excusa, pero es así.

—Ponzio quiso irse y se fue unos meses después, cuando ya usted fue destituido.

—Era el capitán y estaba harto y cansado de lidiar con Agapito por los dineros del resto y por los suyos, por las primas o por los cambios tan brutales cada año en la plantilla.

—¿Cómo vivió el episodio de Braulio, detenido por un caso de abusos sexuales?

—Son cosas que no ayudan a un equipo, claro está. Recuerdo que vino alguien en la Ciudad Deportiva y me dijo que había dos agentes, que fueron muy amables y condescendientes. No quisieron hacer aspavientos, ni exhibir al jugador. Había un par de denuncias y tenían que llevárselo a que declarase. Yo a Braulio lo conocía del Atlético y en el ámbito profesional siempre se portó bien, como el resto de jugadores de ese vestuario.

—¿Hasta qué punto le pasó factura el rendimiento de Barrera y Juárez?

—Pude tenerla de parte de la grada, pero lo veo como una anécdota. El gran problema de los entrenadores siempre son los resultados. Si vas último no puedes defender lo indefendible. No seré el primer ni el último técnico que quiere a dos jugadores concretos y fue la primera vez en mi carrera que insistí tanto, porque creía firmemente que ambos, que ya estaban en Europa, nos podían ayudar y a un precio asequible. No estuvieron bien, no fue su año, pero solo eso.

—Son colistas y antes de Navidad los elimina el Alcorcón en Copa. Pero no dimitió...

—Porque tenía una confianza absoluta en revertir la situación. Había pasado ya por otras etapas feas, como el año anterior en el Zaragoza. Y lo volví a hacer después con el Espanyol. Sabía que era normal que costara, con un equipo nuevo y con tantas circunstancias en contra. Con el paso del tiempo quedó claro que no era solo problema de quitar al míster de turno y que tarde o temprano esa inestabilidad iba a pasar factura. Por eso acabó en Segunda, de donde no ha podido salir lamentablemente a pesar del cambio en la propiedad. Ojalá lo logre pronto.

—Triunfó en Osasuna, cumplió en el Atlético y pasó tras estar aquí por el Espanyol. ¿Es el Zaragoza su espina clavada en España?

—No diría tanto, pero mi salida sí fue lo más doloroso de mi época en España. Me sentía con tantas fuerzas y seguro de que íbamos a salvar al equipo, lo tenía en mi cabeza tan armado y organizado que me sorprendió mucho. Perdimos la eliminatoria con el Alcorcón, Agapito no me dijo nada al respecto, tampoco Antonio Prieto, nos deseamos buenas fiestas, y me fui. Recargué baterías en Navidad, diseñé un trabajo excelente y al pisar Zaragoza tras ocho días me llama Agapito a cenar y me dice que quiere que me quede pero que por la presión y por la directiva se tiene que acabar mi etapa en el Zaragoza.

—Hubo entonces un cambio en el club, entraron solo por dos semanas otros consejeros, encabezados por Salvador Arenere.

—Exacto. Y fue la tormenta perfecta, que yo no tenía por dónde defenderme de ella porque éramos colistas. Me afectó porque sentía mucho vigor. No me la imaginé, no la vi venir. Quizá por eso me dolió tanto el adiós.

—Tiene fama de entrenador defensivo. ¿Le gusta?

—No sé, cada uno piensa lo que quiere. Yo siempre me adapto a lo que tengo e intento cumplir con los objetivos. Fui a Europa con dos equipos distintos, con Atlético y con Osasuna, y, con los relevos en una temporada, cuando entré en el Zaragoza y en el Espanyol, los números también fueron buenos. El cómo, el estilo, es libre de opinar, cada uno pone el calificativo y vende la filosofía lo mejor que puede. Siempre digo que no hay técnicos, sino que hay jugadores, que son los que hacen buenos a los entrenadores.

—¿Su mejor virtud es la tranquilidad en el manejo de un grupo?

—Lo que sí hago es ir siempre mirando de frente a la gente. Jugué 15 años al fútbol y eso el jugador lo agradece. Que le digas de forma clara si cuentas o no con él, si tiene o no opciones de terminar jugando, si entrena bien o mal. La verdad incomoda a veces y les cuesta aceptarla si es difícil. Pero te lo terminan agradeciendo. Si un futbolista se entera a través de terceros es muy negativo, porque valen más diez segundos malos que muchos días con dudas.

—Ahora dirige en Emiratos Árabes. ¿Se plantea regresar a Europa o entrenar a una selección?

—En España me lo pasé bien, disfruté. Ahora, en el Al Wahda tengo contrato hasta el 30 de junio. Es mi segunda temporada aquí y estoy muy contento trabajando con gente joven. No cierro ninguna puerta, iremos viendo, ni descarto volver a dirigir en Europa ni a una selección, que es distinto al trabajo del día a día pero también es interesante.

—¿Hasta cuándo entrenará?

—En su día dije que no me veía después de los 50 años y tengo 58... Así que mejor no decir nada. Tomo las cosas como vienen, tengo ofertas, ahora de China, que están llamando mucho últimamente. Mientras tenga posibilidades y, si a mi mujer le parece y tenemos fuerza, pues para adelante. El día que no haya ofertas será síntoma de que no será válido mi trabajo. Ahí lo dejaré.