Recuperar el hilo perdido, soltado, despreciado, abandonado (el uso del verbo es libre) de lo que era el Barça en el 2010 es el camino que elige Agustí Benedito para llegar al Camp Nou en su tercer intento electoral. El mismo que hace una década, cuando se presentó por primera vez, y con las actualizaciones incorporadas por el tiempo transcurrido. El proyecto deportivo tenía dos nombres que siguen vigentes. Uno era el de Ronald Koeman, el vigente entrenador; el otro, el del Monchi, el cotizado secretario técnico antes y ahora.

Era aquel un Barça ultracampeón en el césped, admirado en el mundo por su estilo y por su sello ganador, que alcanzó el cénit de su masa social, pero estaba mal administrado (en eso se apoyó la acción de responsabilidad) y tenía una deuda estimada (por Benedito) de 400 millones. Diez años después, ha cerrado un año sin títulos, fue humillado a ojos de todo el planeta con un 2-8, el número de socios se ha reducido y la deuda asciende (según Benedito) a 800 millones. Se trata de desandar el trayecto para tomar la ruta correcta, comprobado que Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu han conducido al Barça por un túnel oscuro.

Derribar el Estadi

Benedito tiene grabada en su catecismo electoral la prioridad de hablar claro. Se la impone a sí mismo. Aunque le cueste votos. El empresario no echa una dosis de suavizante al discurso, descarnado cuando retrata la situación actual. No juega con el Espai Barça disfrazándolo como una ilusión quimérica. Su propuesta es derribar el estadio y construir uno nuevo porque el coste vendrá a ser el mismo que la reforma proyectada que, además, durará el triple de tiempo y multiplicará las incomodidades. La estructura del estadio tiene 65 años; si gana un candidato que apueste por la reforma, nunca tendremos un estadio nuevo, avisó en su primera comparecencia, apoyándose en la revisión del proyecto efectuada por la prestigiosa arquitecta Benedetta Tagliabue.

Más apocalíptico es el análisis económico. El fondo de maniobra es de 500 millones negativos; es decir; cobrando todo lo que tenemos que cobrar, aún nos faltan 500 millones para estar en paz. Bartomeu nos ha dejado en quiebra, dice. La gravedad del caso no solo exige la búsqueda desesperada de ingresos en un mundo depauperado por la pandemia, sino la de reducir drásticamente los gastos. ¿Quieren claridad? Tenemos que reducir 200 millones de masa salarial. O rebajamos contratos o prescindimos de jugadores, dice, sin que sea necesario recitar nombres.

Proximidad afectiva

Volver al camino abandonado del 2010 representa, para Benedito, volver a apostar por la gente de casa, por devoción y por obligación (más de media plantilla eran canteranos), restablecer los puentes de conexión con los culés para recuperar la proximidad afectiva y reducir las trabas para ser socio del Barça y poder acudir al Camp Nou. O sea: la familia con la niña de cinco años que no calla por querer ir por primera vez al estadio ha de tener más facilidades que el rico de Oriente que suelta un pastón para darse el capricho.

Lo importante es la fidelización: la niña será culé toda la vida y proclamará el barcelonismo; el ricachón nos dejará si su jugador preferido cambia de club, explica. ¿Cómo hemos superado las adversidades de 120 años de historia? ¿Gracias a árabes y asiáticos o con la gente de aquí? No les pongamos más dificultades: quien quiera ser socio del Barça ha de poder presentarse en las oficinas e inscribirse sin ninguna exigencia, establece.

Club popular

El relato del club vuelve a retroceder una década. ¿Dónde está la unicidad del Barça? Ya no lo es el juego ni los títulos ni los mejores jugadores ni el estadio, polos generadores de admiración durante muchas épocas. Sigue siendo la misma, aún más por contraste con los modelos de sus competidores, en manos de amos multimillonarios. Somos un club popular, propiedad de miles de personas. Y eso nadie puede decirlo. Ni la Juve, ni el City ni el PSG, etcétera porque ya fallan de raíz. Pero ser un club de la gente no debería ser un título enunciativo, sino que habría que darle contenido, sugiere, de la vertiente ideológica que querrá inyectar si accede a la silla preferente del palco.

La expansión del barcelonismo irá por la vía de las nuevas tecnologías. Más barata y más accesible para el culé remoto con la producción de contenidos para suministrarlos directamente a sus aficionados o mediante acuerdos con plataformas digitales. La multiplicación de los 300 millones de aficionados por uno, dos o tres euros anuales ilumina el futuro de una parte de los ingresos, junto con la sectorización de los grandes espónsors.

Años en la brecha

Benedito no pudo en el 2010 con un Rosell que hizo una labor de zapa durante cinco años tras dimitir; tampoco pudo con el triplete de Bartomeu en el 2015. Estuvo seis años en el Barça como miembro de la comisión deportiva en la época de Laporta. Lleva años en la brecha. No le faltan conocimientos del club, pero no los considera indispensables. Tiene a mano otro ejemplo evidente. Hemos tenido al segundo peor presidente de la historia, porque el primero lo es ya Bartomeu para los próximos cien años por dejarnos en la bancarrota, que estuvo 22 años de vicepresidente antes de ser presidente. Joan Gaspart, claro, quién si no, que no llegó al final de su mandato en el 2003 como tampoco Bartomeu al suyo en el 2021.

Ara Benedito es el lema del tercer y último intento.