Como el antiguo reloj de pared del cuento de Giovanni Papini, que tenía las manecillas detenidas marcando las siete y durante dos efímeros instantes del día parecía funcionar a la perfección, el Madrid es una vetusta reminiscencia de lo que aspiraba a ser, sin más que fugaces instantes en los que parece un equipo competitivo. Si alguien mirara el rendimiento de los de Solari solo en esos momentos de solvencia circunstancial que ha tenido, con el empate en el Camp Nou y la posterior victoria en el Metropolitano, pudo decir que seguía siendo un aspirante. Sin embargo, el avance del tiempo ha puesto de manifiesto que, como el viejo reloj, que el resto del día no era más que un elemento ornamental, sin utilidad; el Madrid no puede seguir el ritmo del máximo nivel.

La sensación de impotencia que anegó el imaginario colectivo blanco tras la solvencia con la que el Barça ganó los dos clásicos en cuatro días no es más que el efecto inmediato de una problemática que, de facto, se extiende durante una década. El Madrid lleva dos Ligas de diez. Y mañana, el Ajax amenaza en Champions a pesar del 1-2 de la ida.