Aparte de Borja Iglesias, Eguaras y Cristian Álvarez, que fueron la diferencia, el Real Zaragoza de la pasada temporada tuvo una fuerza descomunal en sus carriles interiores, jugadores de ida y vuelta que con su esfuerzo físico y táctico ayudaron a equilibrar el equipo a costa de un elevadísimo desgaste en las piernas y pulmones de hierro. Por ahí apareció la gigante figura de Guti, por ahí emergió aquel Zapater reconvertido y muy eficiente, por ahí Javi Ros dio una lección de competitividad para sacar partido a cada oportunidad que se le presentaba y por ahí Febas dejó destellos de verticalidad y astucia para romper líneas.

En ese área del campo, el Real Zaragoza ha añadido esta temporada una nueva pieza con todas las características necesarias para resistir las exigencias del puesto: potencia física, generosidad, pase fácil, rigor posicional, capacidad agonística y habilidad para la presión y el robo. Una vez. Y otra. Y otra. En las tres primeras jornadas de Liga, James ha aprovechado su momento para hacerse indiscutible en el centro del campo.

Es pequeño pero su alargada sombra se mueve con sigilo, con el rostro empapado de sudor. Está en todas partes. A eso, en la primera mitad contra Las Palmas, que fue por donde se le escapó la victoria al Zaragoza por mala puntería en los últimos metros tras 45 minutos monumentales, incorporó una gran selección de pases al espacio, de cambios de juego, por abajo, por arriba, encontrando el lugar por donde hacía aguas de manera estrepitosa el rival, a la espalda de los laterales. Todo un grato descubrimiento.