Otros se caen. El nunca. Otros sufren, pinchan, se les rompen las bicicletas y les azota el diluvio universal. Pero Lance Armstrong, en cambio, se viste de amarillo, a la cuarta etapa, aunque todavía con toda la carretera abierta hacia París. Pero ya es el líder. Ya manda. Ya ha dejado claro que lo de ganar el sexto Tour consecutivo, lo nunca visto, no es un farol. Desde ayer, el ciclista tejano, el pentacampeón de la ronda francesa, comanda la general vestido con la prenda más preciada en el planeta ciclista. Desde hoy, todos a rueda suya. Todos sufriendo a su sombra. Es el boss de la carrera. El señor de los anillos. El mejor. Sin más palabras.

Qué tendrá este ciclista que no tengan los demás. Se ha dicho tantas veces. Pero da igual. Miguel Induráin era tan bueno, tanto, que ni se caía en el Tour. Pues bien. Armstrong es igual. ¿Le ponen pavés ? Pues allí está él, en segunda posición del pelotón, pasando los adoquines como si pedaleara sobre el asfalto de la mejor autopista. ¿Llueve en la contrarreloj por equipos? Y bien que llueve. Pues todos se mojan. ¿Todos? Bueno, menos él, porque, ayer, como si hubiese un Dios especial que protegiera sus pasos, en cuanto el US Postal, el vencedor en la trascendental contrarreloj por equipos, entró en la fase decisiva de la etapa, se abrió el cielo, se apartaron las nubes y desapareció el agua.

LA SUERTE DEL CAMPEpN A él no le llovió y a los demás sí. "Hasta en esto tiene suerte. Nosotros nos hemos empapado. No ha dejado de llovernos durante los 64 kilómetros de la etapa", lamentó Eusebio Unzué, director del Illes Balears, el conjunto de Paco Mancebo, que dio la gran sorpresa al clasificarse en tercera posición, sólo superado por el Big Blue , tal como denomina Lance Armstrong a su equipo, y el Phonak que lidera Tyler Hamilton, con toda su guardia española: Oscar Sevilla, Oscar Pereiro, Quique Gutiérrez, Santi Pérez y Santos González.

Porque, ayer, hubo fases en que la etapa ofrecía imágenes dantescas. Todos se caían. O rompían sus bicicletas. Tomaban las curvas casi parados y tenían que quitar el pie del pedal automático. Se cayó Simoni, el líder del Saeco. A Basso, el jefe de filas del CSD, le pasó de todo: se le averió la bicicleta y se fue al suelo, en una caída triple de su formación. Mancebo también pinchó en el momento más inoportuno. Heras llegó empapado de pies a cabeza. Hamilton tuvo que parar el equipo para esperar a Santos González que había roto el manillar. Ullrich también sufrió la tormenta, como Mayo, maltrecho todavía por la caída del martes, en una jornada en la que el Euskaltel recuperó la moral después de completar una contrarreloj más que aceptable.

Pero los problemas de los demás trajeron sin cuidado a Armstrong, respaldado por el eterno Hincapie, el único que le ha acompañado en los cinco Tours victoriosos, y por los fieles Triqui Beltrán y Chechu Rubiera. Hasta el punto de querer firmar una exhibición frenada por la decisión de la organización de establecer tiempos ponderados, temerosos, quizá, de que ya Armstrong se saliera en la general cuando sólo se llevaban cuatro días de carrera. Fue el único punto negro del día en el festival del Big Blue , pues el minuto largo que le sacaron al Phonak de Hamilton y al T-Mobile de Ullrich quedó reducido a 20 y 40 segundos. Pasase lo que pasase, el segundo equipo sólo iba a perder 20 segundos, diferencia que iría aumentando en 10 segundos, hasta llegar a los tres minutos del último.

"No importa --respondió Armstrong--. He tomado 40 segundos a Ullrich y 20 a Hamilton. Es un tiempo muy significativo". El tejano vestirá hoy de amarillo por primera vez en su camino hacia el sexto Tour. Asegura que no defenderá el maillot. Queda mucho por delante. Eddie Merckx, en 1975, y Bernard Hinault, en 1986, también se vistieron de amarillo y luego no ganaron el sexto Tour. Por eso, Armstrong sabe que lo de ayer tan sólo es un gesto para la galería.