Dani lleva demasiado tiempo regateando al aire en La Masía, cansado de ser un espectro de oro. El Zaragoza rescata de la soledad a un delantero de cuna blanca e infierno blaugrana, de pasado brillante y presente enigmático. Dani nació para el fútbol enredado en una paradoja. Era un catalán en la Ciudad Deportiva del Madrid. Mamó el fútbol en La Castellana dibujando paredes mágicas con su amigo Raúl, que le dedicó su primer gol en Primera. Pero su camino se separó allí. Raúl tocó la gloria en casa y Dani marchó a un exilio sugerente en una Romareda emborrachada de Recopa donde le aguardaba Morientes, otro diamante por pulir. Dos temporadas de crecimiento (95-97), de regeneración como mediapunta y de sufrimiento forzaron un aprendizaje prometedor. Y un destello que avaló un retorno fugaz al Madrid que terminó en nada, pero que le abrió las puertas del Mallorca (98-99). En la isla, cobijado en la sabiduría del maestro Cúper, Dani cotizó al alza. Explotó su velocidad, su habilidad para el desmarque y un oportunismo mortal ante el gol para convertirse en el delantero de moda en el equipo de moda. Una Supercopa, 12 goles, un tanto en la amarga final de la Recopa (perdida ante la Lazio, 2-1), le valieron la internacionalidad y la llegada al Bar§a. Núñez se gastó 15 millones de euros por él frente a un Van Gaal que quería a Makaay. El banquillo devoró su estrella y terminó siendo un desaparecido. En cinco temporadas, 51 partidos y 12 goles. "No voy a olvidarme de todo lo que he pasado, pero hay que pensar única y exclusivamente lo que es mi nueva etapa", dijo ayer Dani, otro hijo pródigo que busca en La Romareda encontrarse a sí mismo.