Imanol Idiakez ha consumido el escaso crédito que le quedaba y habrá que esperar a las próximas horas para saber si el reloj de la directiva aguanta hasta el partido del Tenerife o le despide en las próximas horas. Mantener al técnico en el banquillo, al margen de si es o no el gran culpable de un equipo que se despide de la Copa del Rey tras un partido lamentable, carece ya de sentido alguno. Se metió con su inexperiencia en este jardín que es el Real Zaragoza, un rosal sembrado de minas anticarro por sus uregencias históricas frente a un presupuesto mediano, y asumió retos y proyectos para los que no da la plantilla. Por una parte sacudida por lesiones musculares; por otra, floja en su fondo de armario como se comprobó frente a los andaluces en una noche terrible, y con un entrenador desencuadrado en cuanto los problemas se acumulan. La suma es una resta absoluta: seis encuentros consecutivos sin ganar, con una reducción de prestaciones colectiva e individuales monumental y apeados de una competición por la puerta de atrás no tanto por el marcador como por la inferioridad mostrada contra el Cádiz, un rival que venía de capa caída y que pareció por momentos un gigante en El Municipal.

La afición, tan comedida y colaboradora esta temporada, dictó sentencia desde sus asientos. Se rompió la garganta exigiendo a Idiakez que se fuera ya. La petición no puede pasar desapercibida para el Consejo de Administración ni para Lalo Arantegui, su gran valedor, quienes por otra parte ya han sondeado el mercado de técnicos disponibles. La espera para una posible reacción ha perdido todo su sentido y se corre el riesgo de vivir un encuentro contra el Tenerife con el público en llamas, en una atmósfera insoportable para un equipo muy blando mentalmente. Ahora, además, sin delanteros porque el experimento con Jeison Medina dejó muy claro que el colombiano no tiene la categoría suficiente ni siquiera para ser suplente. Y alguno de los que tuvo su oportunidad es posible que no la vuelvan a encontrar. Por ejemplo Buff, que jugó como si nada fuera con él, desenchufado, con un desinterés inadmisible en un profesional.

La Copa llegaba con cicuta en su bordes, veneno que se fue deslizando hasta el fondo con el transcurso del partido. El estado físico de Íñigo Eguaras es para preocupar porque parece producto de una lesión de pubis mal curada y no tanto una puesta en marcha después de un largo periodo de recuperación. Javi Ros se encargó, en un doble pivote para liberar al guipuzcoano de esfuerzos, de tapar varias vergüenzas de su compañero como una pérdida de balón que escenificó que no está. Ros acudió al rescate y evitó el 0-2 cuando la pelota entraba. Ratón, con dos intervenciones prodigiosas, también colaboró a que la derrota fuera menos humillante. El Real Zaragoza tan sólo se presentó en la portería del conjunto andaluz en una ocasión, a balón parado en un cabezazo de Grippo que David Gil sacó con un espectacular manotazo. No dio para más en ataque y en defensa, como se comprobó en un gol encajado al contragolpe, en dos toques desde el lateral derecho hasta Manu Vallejo, tampoco va sobrado, ni mucho menos. El desastre es global.

El cambio en el banquillo es de obligado cumplimiento. Ahora bien, ¿será la solución? ¿Y para qué, para aspirar al ascenso? La encrucijada es de las gordas porque hay que seguir vendiendo que el Real Zaragoza debe aspirar a lo máximo. La cuestión es si alguien seguirá comprando ese otro veneno que se ha llevado por delante a todos los entrenadores contratados en Segunda menos a Natxo González. Y que lo hará con Imanol Idiakez posiblemente antes de este fin de semana salvo que antes no se cierre un acuerdo con su sustituto. El gabinete de crisis permanece reunido mientras el equipo se desmorona. Juzguen ustedes. Debería de haber otro cronómetro con la cuenta atrás, no solo el de Idiakez.