Hacía 10 minutos que había finalizado la etapa de Carcasona. Y él seguía llorando. «¡Désolé!». Era la única palabra que Lilian Calmejane podía pronunciar. Los periodistas casi ni se atrevían a acercarse al prometedor corredor francés, ganador hace un año en la estación de esquí de Les Rousses. Había luchado. Se había entregado. Puso hasta la última pizca de fuerza que le quedaba para pillar la escapada buena, la que se produjo a una decena de kilómetros y la que se jugó la victoria, con Ion Izagirre en acción, en una etapa asignada como de transición.

«Aquí las victorias van muy caras y la fatiga se va acumulando». Hablaba Jesús Herrada, ciclista del Cofidis y excampeón de España. Había sido otro de los 29 elegidos para la gloria pero que solo la había visto pasar de cerca. El tren del éxito que llevaba hasta Carcasona, con permiso del Sky, por supuesto, solo se detuvo en la estación del danés Magnus Cort Nielsen, que obsequió al Astana con la segunda victoria consecutiva tras la lograda el sábado por Omar Freile en el aeródromo de Mende.

Ion, hermano menor de Gorka Izagirre, que también corre el Tour luciendo el jersey de campeón de España, no tenía ni ganas de llorar ni tampoco de exhibir la rabia por no haber podido ganar la etapa. Todo el día escapado. Todo el día más rápido que el pelotón y sudando la gota gorda mientras se ascendía por el Pic de Nore, un monte al que los habitantes del lugar han bautizado como Le Petit Ventoux porque en la cima hay un observatorio y el viento sopla con casi tanta fuerza como en el gigante de Provenza.

DESCANSO HOY

Quedar dos veces segundo en etapas de este Tour es para dar un puñetazo en la pared. Dos escapadas consentidas, la del martes pasado con Julian Alaphilippe como exitoso protagonista, y camino de Carcasona. Y las dos veces segundo. Y más cabreo da ahora porque Izagirre tiene a los compañeros del Bahréin, huérfanos de líder tras el abandono de Vincenzo Nibali, para facilitarle la victoria en etapas como la occitana o las que se presentan en los Pirineos, si se autorizan las escapadas, a partir de mañana, puesto que hoy el Tour descansa por segunda vez.

«Cuando abandona un líder como Nibali te sientes como perdido en el Tour y entonces solo te queda la oportunidad de pelear por ganar una etapa». Lo intentó a falta de mil metros. Sabía que la única oportunidad que tenía ante la aparente mejor velocidad del corredor danés era sorprenderlo antes del esprint final. Eran tres. Pero el holandés Bauke Mollema no le preocupaba tanto.

Izagirre fue el triunfador en el 2016 de la penúltima etapa del Tour, la que ascendió la Joux Plane y acabó en Morzine. El año pasado no hubo triunfos españoles. Y es que en el 2017 fue como si Ion no hubiese corrido el Tour. Se cayó en la misma curva, minutos después, en la que se estampó Alejandro Valverde, en la contrarreloj inaugural en Düsseldorf. Si Valverde se partió la rodilla, Ion se rompió una vértebra.

Ambos llegaron al mismo hospital. Plantas y habitaciones diferentes. La atención mediática solo estaba pendiente de la evolución de Valverde. Ion se recuperó en silencio, sin tantas miradas pendientes. Adiós a la temporada y a la oportunidad que le había brindado el conjunto árabe, que lo designó en el pasado Tour como jefe de filas.

Por eso, en el presente, no quería fallar. Como Calmejane, con las lágrimas secas, pero sin comprender en qué había errado para no poder compartir la satisfacción de pelear por la etapa con Nielsen, Izagirre y Mollema. ¿Por qué se había quedado cortado? La pregunta solo tenía la respuesta de las lágrimas en un día, en el que salvo un ataque con furia de Dan Martin subiendo por el pequeño Ventoux, no pasó nada.