La voz acostumbrada de Carlos Pauner, robusta y decidida como él, tenía ayer otro color. La supuesta satisfacción que había de darle su conquista del Gasherbrum-I, el quinto ochomil de su carrera, había sido eliminada por un golpe inesperado, bruto, desgarrador. El montañero aragonés había perdido a un compañero en la montaña. Otra vez. Durante el descenso de la cima, el alpinista ilicitano José Antonio Antón López --que había llegado al Karakorum formando expedición con el navarro Javier Huarte y al que Pauner, Raquel Pérez y Willy Barbier conocieron durante su larga estancia en el campo base-- sufrió una caída de 1.800 metros y se despeñó irremediablemente montaña abajo. Los cuatro supervivientes debieron sobreponerse mentalmente a la tragedia y llevar a cabo un sobreesfuerzo para recuperar el cadáver y enterrarlo antes de llegar, ayer, al campamento base para descansar.

"Nuestro estado de ánimo es penoso", reconocía a primera hora de la tarde de ayer Carlos Pauner. Apenas encontraba consuelo al pensar en su hazaña del día anterior. "¿Mezcla de sensaciones? No. No encuentro alegría por ningún lado. Esto no es de recibo. Después de tantos días en el campo base, soportando unas condiciones pésimas, aguantando hasta el final, no puedo asumir que esta aventura termine de esta forma tan dramática", explicaba el alpinista jacetano, que tuvo que contactar con los familiares de la víctima para comunicarles lo sucedido.

A POR LA SEGUNDA El accidente había hecho mella en su inquebrantable moral. Sin embargo, la tentación de acariciar el G-II y sumar, así, su sexta cima superior a los 8.000 metros hizo brotar una nueva ilusión en medio de la tristeza. "Estoy barajando la posibilidad de subir a la otra cumbre. Trato de sacar fuerzas y recuperar la motivación para intentar la segunda cima, pero no sé lo que haré. Quería llevarme el G-I porque es el más complicado, y, en ese sentido, sí que me marcho contento", señalaba Pauner. " Pero el G-II es algo más sencillo y podría regresar en otra ocasión. No sé hasta qué punto merece la pena. Mañana --por hoy-- meditaré, más descansado, y a ver qué decido. Además, al golpe de haber perdido a un compañero se unen los 60 días de penurias viendo nevar desde el campamento base. Todo tiene un límite y a lo mejor hay que decir basta y volverse a casa. Tomaré la decisión en función de las ganas y las posibilidades que vea en estos cinco días que nos quedan de permiso, porque el físico no aguanta vivir a 5.100 metros", indicaba.

La expedición de Pauner al G-I y el G-II será recordada por las extremas e inhabituales condiciones que la han rodeado desde el primer día y que tampoco cesaron la memorable jornada del pasado domingo. "Fue una ascensión muy dura", relataba el himalayista, que ha cumplido 40 años durante esta cruel expedición. "La primera cima que se ha conseguido este año en el Karakorum ha sido la nuestra, y fue el 25 de julio. Eso ofrece una idea de la crudeza del tiempo. Trabajamos mucho durante toda la noche y el día siguiente. Llegamos a la cima sobre las 12 con mucho cansancio acumulado en el cuerpo. Nos costó mucho porque hasta los últimos metros fuimos abriendo huella con nieve que nos llegaba hasta las rodillas, algo muy fatigoso". Su tono apesadumbrado se ilumina al describir la llegada al cielo: "La cima fue una maravilla. Se puede contemplar una vista espectacular de esa parte de China, la cercanía del K-2, el G-II ahí al lado...". Pauner se recrea en sus palabras durante unos segundos para volver a adoptar una voz temblorosa. "El descenso, en teoría, iba a ser rápido, pero se complicó con el accidente. Perdimos mucho tiempo, energías y moral recuperando el cuerpo de nuestro compañero".

Después de coronar la cima a mediodía del domingo y pasar la noche de regreso en el campo III, a 7.200 metros de altura, el grupo alcanzó el campo base, donde han transcurrido sus últimos dos meses de vida llenos de impotencia. "La expedición no estaba saliendo bien. Cualquier otro año, en circunstancias normales, nos hubiera costado la décima parte de esfuerzo. Pero nevaba todos los días. El trabajo de abrir huella aparecía al día siguiente tapado. Ha habido expediciones que se marcharon antes de hacer cima. Nosotros, en cambio, decidimos aguantar y hemos arrancado una cumbre, pero ha acabado trágicamente. En la montaña también se espera vivir momentos de disfrute y este año, desde luego, se pueden contar con los dedos de una mano", expresaba con rabia Pauner.

DETALLES OPTIMISTAS La nota positiva, al margen del quinto ochomil , reside en las magníficas sensaciones que el alpinista oscense ha experimentado en alta montaña después de las secuelas que le dejó la odisea vivida en el Kangchenjunga. "No he notado nada especial en los dedos ni las amputaciones me han limitado para nada. Pero confiaba en que el esfuerzo hubiera tenido que ser menos generoso. Esperaba una expedición tranquila y al final se ha convertido en una vivencia muy dura, sobre todo psicológicamente. Ha sido muy larga y culminada por la muerte de un compañero. Pero a nivel físico y orgánico el reencuentro ha estado fenomenal. Me he sentido muy bien aclimatado a 8.000 metros y sin frío en los dedos, como tiene que ser", decía ayer aliviado. Además, el jacetano ha compartido la ilusión primeriza de sus dos compañeros, quienes debutaban en un ochomil y han superado la prueba con éxito.

A partir de hoy, a Pauner le queda la comprometida decisión de lanzarse al Gasherbrum-II en una ascensión contra el reloj o permanecer en el campo base hasta el inicio de su regreso, el próximo domingo. El día 8 de agosto, Barbier, Pérez y Pauner tomarán el vuelo que, vía Londres, les devolverá a la vida.