En una tanda de penaltis el único que no tiene escapatoria es el portero. Así que ahí estaba Andoni Cedrún la noche del 20 de abril de 1994, bajo palos con un título en juego y una única idea en la cabeza. «Estaba convencido de que Cañete (Santiago Cañizares) iba a parar alguno, así que yo tenía que detener uno más que él». Pero Cáceres, Nayim, Darío Franco y Gay batieron al guardameta del Celta. «Suelo hablar con él de esta final y le digo Cañete, te fuiste de la bola, tío. Porque hubo alguno que pudo haber parado». Total, empate a cuatro. El quinto lo tiraba Alejo, el defensa central. Le pegó flojo y el balón acabó en las manos de Cedrún.

«En los penaltis me confundí. Yo tenía una teoría, tirarme dos a la izquierda y tres a la derecha. Por estadística. Y al final me confundí en alguno. En ese caso se me fue la olla también y dije bueno, a la derecha. Porque me acordaba de los dos penaltis seguidos que paré el día de la Roma a la derecha. Fue más eso que intuición. Que Alejo le pegó mal, pero si me hubiese ido a la izquierda hubiese sido gol», explica el protagonista 25 años después. Cedrún se fue a la esquina y vio a Higuera dirigirse al punto de penalti para lanzar y marcar el quinto. No le dijo nada.

Desde los once metros se resolvió una final a la que el Real Zaragoza acudió como favorito pero a la que no llegó en las mejores condiciones. «La gente no sabe que el equipo llegó muy tocado porque hubo jugadores que jugaron al 70% por problemas musculares, llegamos a esa final con el gancho. Sabíamos que no iba a ser fácil contra el Celta y que teníamos que resolverlo lo antes posible. No se podía alargar. Era una cosa que teníamos en mente». Pero se alargó porque Cañizares evitó el tanto zaragocista y porque Cedrún impidió que Salva anotara en el minuto 90.

«Siempre he dicho que habré hecho paradas buenas y tal pero la mejor, la más trascendental en mi vida deportiva, fue esa a Salva, a Pepe Leches, un remate de cabeza en el minuto 90». Salva, Patxi Salinas o Salillas se lo recuerdan cada vez que se cruzan. Cedrún tenía amigos en el Celta, al que su padre había ascendido desde el banquillo. Y Txetxu Rojo había sido su primer compañero de habitación en el Athletic. Después de esa parada, la prórroga con uno menos por la expulsión de Santi Aragón. «La aportación de Darío Franco fue muy importante, nos sujetó el centro del campo porque estábamos muy muy tocados». Así ganó el Real Zaragoza su cuarta Copa del Rey, uno de los títulos más queridos porque un año antes se quedó sin premio ante el Real Madrid y Urío Velázquez. «Siempe creo que el destino te da otra oportunidad».

Y tras los penaltis hubo que ir a por la Copa que entregó el entonces Rey Juan Carlos. «Me dijo enhorabuena, Andoni, buen partido. Y le dije, gracias, Rey, a ver si ganas alguna regata. Me salió así. Y en el 95 cuando fuimos al palacio con la Recopa me vino y me dijo eh, que ya he ganado. Lo sé, lo sé». Y luego el recibimiento apoteósico en Zaragoza, la plaza del Pilar llena y la promesa de Cedrún: el año que viene, la Recopa. «Estaba convencido. En el 87 nos quedamos muy cerca de la final, nos eliminó el Ajax de Cruyff y Van Basten en semifinales. Siempre creo que la vida te da otra oportunidad. Y yo quería que ese equipo estuviera a la altura de Los Magníficos. Era lo que teníamos que hacer».