Visto desde el campamento base, el K-2 infunde un enorme respeto. "Me habían hablado tanto de él", explica Edurne, "que llegué a pensar que era una exageración. Pero no, se merece la fama que tiene. Es durísimo, terrible", explica la tolosana aún con los pies congelados. "Hacemos esto porque disfrutamos, pero cuando te encuentras en una situación extrema, como el último día, a 27 grados bajo cero, una ventisca insoportable y una pared de hielo inquebrantable, dices ¿qué hago aquí?, ¿merece la pena tanto esfuerzo? Yo ya sé que, dentro de un mes, si me lo vuelven a preguntar, diré que sí". El ataque a la cumbre fue durísimo. Hay quien recuerda haber oído gritar por la radio a Oiarzábal, aterido de frío: "Estamos debajo del Cuello de Botella y pensando en darnos la vuelta. Hay mucho viento y hace muchísimo frío. Estamos muy mal. Se han retirado cinco italianos y hace una ventisca del copón".

Fue antes de llegar al Gran Serac, más de 100 metros de puro hielo donde los crampones, en una pendiente de 60º, son incapaces de agarrarse, ni siquiera los más afilados. Fue, tal vez ahí, donde Hassan, el sherpa baltí amigo de Juanito, empezó a sentir que se le congelaban los pies y a sospechar que no podría hollar la cumbre. A falta de 50 metros, el bueno de Hassan se vio obligado a abandonar y regresar al campamento de altura, entregando antes a uno de sus compañeros la bandera con los nombres de las 191 víctimas del 11-M, la enseña que Oiarzábal y sus amigos dejaron, horas más tarde, como testimonio de solidaridad en la cumbre del K-2.

Tras esa comunicación desesperada, fue Mondinelli quien decidió tirar de la cuerda y arrastrarles hacia arriba. Había que celebrar el 50º aniversario de la derrota del K-2 con la misma valentía que lo hicieron aquellos pioneros italianos, Lino Lacedelli y Achille Compagnoni, cuando, el 31 de julio de 1954, vencieron por vez primera al Chogori . De ahí que, siete horas más tarde, la voz de Juanito sonase diferente: "Estamos todos de puta madre, aunque descojonados. Nos encontramos debajo del Gran Serac y nos quedan un par de largos para colocarnos en la vertical de la Piedra 8.400". Los últimos 211 metros estaban a punto de ser derrotados. Hacía horas que habían superado el Memorial Gilkey , un hito de piedras junto al glaciar Godwin-Austen, donde se encuentra el único cementerio del Himalaya. Allí, en honor de los primeros que lo intentaron y no lo consiguieron, se acumulan los recuerdos de los fallecidos. Oiarzábal se negó a visitarlo. "Tengo demasiados amigos allí", dijo pensando en su íntimo compañero Atxo Apellaniz, que perdió la vida en ese lugar en agosto del 94. "Ya estuve una vez, no tengo por qué volver", argumentó Edurne.

Uno de cada cuatro

El Chogori , cuya cúspide de 8.611 metros se mantenía virgen desde el verano del 2001 protegida por su clima tan extremo, se traga a uno de cada cuatro alpinistas que intentan vencerla. De ahí el mérito de Edurne, cuya agenda de ochomiles se inició en el 2001, cómo no, con el Everest (8.848) y se completó con el Makalu (8.465), el Cho-Oyu (8.021), el Lhotse (8.516), el Gasherbrum o G-I (8.068), su hermano G-II (8.035) y ahora con el K-2.

Ni que decir tiene que la precoz Edurne se niega a meterse en la carrera de los ochomiles , por más halagos que reciba. "El hecho de que posea ya siete ochomiles no significa que piense ir a por los catorce. Hasta ahora he tenido mucha suerte, pero yo no estoy en esa carrera ni me quiero meter. Hay cimas a las que les tengo mucho miedo, como el Kangchenjunga (8.586 metros) o el Annapurna (8.091). Además, creo que ha llegado el momento de plantearme la vida de otra manera. Tengo 31 años, quizá debería pensar en una familia, que es lo único que me podría impedir seguir viniendo a la montaña".

¿Edurne alejada de las nubes? Es posible, pero si ese distanciamiento se produce, no será por el recuerdo de Wanda, Liliane, Julie, Chantal o Alison, fallecidas en las laderas del Himalaya. Esta triatleta, capaz de mantener 38 pulsaciones en reposo y dormirse de pie en cualquier rincón, odia las comparaciones y detesta la competición. "Es mentira que el alpinismo sea algo competitivo. Es supertriste llegar a comprobar en la montaña que hay gente a la que le jode que alguien corone tal o cual cima", se lamenta la alpinista tolosana.

Edurne esperará paciente, con el recuerdo de aquel barreño caliente que le prepararon en el campo IV, a 8.000 metros, que sus pies recobren vida. Luego se encerrará en su caserón y anhelará que sus colegas de cordada, se acerquen por allí y pidan un buen plato de alubias con sacramentos. Se las servirá calentitas y, cuando ya se hayan marchado todos los comensales, retirará el mantel y extenderá sobre la mesa ese inmenso mapa donde aparecen los 14 ochomiles del Himalaya y el cercano Karakorum. Servirá unos cafés y tres chupitos y planearán su próxima conquista. La familia puede esperar.