David Villa abandonaba La Romareda con el balón del partido en una bolsa y con el ceño fruncido. Su tarde de gloria, con cuatro goles y la entrega absoluta e incondicional de la grada, se quedó empañada con ese postrero tanto de Carlitos que vuelve a dejar al Zaragoza con la amenaza del descenso muy latente. "La situación del equipo no permite destacar las actuaciones personales", resumió el Guaje , que pecó de individualista en dos contragolpes en el tiempo de descuento. Cosas de los genios, habría que decir.

Porque en esas dos acciones, en las que Dani esperaba solo para encarar a Esteban, Villa definió su carácter: es un goleador de los pies a la cabeza y, como tal, una de sus cualidades (o virtud) es ser egoísta. Así son los arietes y como tal hay que aceptarlos. Villa tiene el gol entre ceja y ceja y bien que ha ganado puntos para el Zaragoza con esa obsesión. Ayer, de hecho, el equipo iba a sumar otros tres en el casillero, hasta que llegó el triste desenlace de la igualada sobre la bocina.

No tardó en notar el Guaje que iba a tener su día de cara al marco contrario. A diferencia de lo que sucedió en San Mamés, donde tuvo el punto de mira desviado, el primer gol le llegó casi sin querer, propiciado por una falta de entendimiento de Esteban y Javi Navarro para que empujara la asistencia de Savio a la red. El brasileño lo volvió a encontrar antes del descanso, pero esta vez él sí buscó el gol, entre tres defensas en concreto, para lanzar un fuerte disparo que no dio opciones al portero sevillista. Dos tiros a puerta, dos goles. No cabía duda de que el santo estaba de cara.

Más se puso en la segunda parte. Un disparo de falta al borde del área significó el hat trick después de que a Esteban le despistara el rebote del balón en la barrera. Al Guaje le salía todo, oía a la grada entregada, con cánticos para que Sáez le abra la puerta de la internacionalidad absoluta y, después de que buscará el penalti como un pillo ante Pablo Alfaro y lograra el póker, la felicidad absoluta: la devoción unánime de la afición zaragocista, que le hizo la reverencia después de ese cuarto gol desde la pena máxima. Casi nada...

Pero todo se torció en la noche de gloria del delantero asturiano. No pasó de héroe a villano, pero la heroicidad de sus cuatro dianas en 57 minutos --sólo Baptista en la jornada anterior ha sido capaz de lograrlo en lo que va de Liga-- quedó disipada por unos aciagos últimos minutos para él y para el Zaragoza. Tuvo dos contragolpes diáfanos, con Dani desesperado pidiendo la pelota antes de que al defensor sevillista, David en ambos casos, le diera tiempo de robarle la cartera. Y después el tanto de Carlitos, con cinco minutos de prolongación que se hicieron eternos...

Villa, que ya tras el partido en San Mamés recibió alguna recriminación por ese excesivo individualismo, se retiró del césped cabizbajo, con el balón en los pies. No hay posibilidad de debate, por mucho que esas voces sobre su egoísmo ante el gol sigan levantadas. El Guaje ha acreditado unos números --17 dianas en Liga y cuatro en Copa-- que son más que suficientes para ganarse la entrega incondicional de la grada --algo que tiene más que conseguido-- y la confianza absoluta de que el Zaragoza tiene un ariete de garantías para muchos años. De eso no cabe la menor duda, aunque su tarde de gloria completa en la élite deberá esperar.