Cada día que el calendario consume una fecha más y queda una menos para el amenazante 30 de junio, momento límite para el Real Zaragoza como nunca ha vivido otro, la inevitable venta de la SAD está más cerca. Agapito Iglesias, el dueño del paquete accionarial mayoritario y el causante principal de esta rotunda crisis de dimensiones históricas, se aproxima al fondo de un oscuro callejón con una única aparente salida: la rendición, la aceptación de la derrota más deshonrosa, una afrenta para su extraordinario orgullo, y por fin la capitulación de su desastroso reinado.

Durante todo este último tiempo se han desarrollado diferentes negociaciones, algunas salpicadas de esas gotas circenses inherentes al genuino estilo del propietario, otras con cierta esperanza de realidad y, por supuesto, cómo no, los afamados globos sonda tan habituales estos ocho años. En cada movimiento Agapito ha intentado, y en ello continúa, que el Zaragoza quede en manos de Mariano Casasnovas y su grupo de empresarios, una opción que presuntamente empezó a gestarse en su propio cerebro.

En ese empeño sigue, en que el testigo acabe en manos de gente afín, allegada y vaya usted a saber con qué hipotéticas intenciones ulteriores, que a ser mal pensados nos ha acostumbrado muy bien el soriano con un arsenal de razones de todo tipo y condición. Mientras, otros actores con mucho peso en la resolución final de la historia querrían que todo fuera de otro modo. En ese punto entramos en una de las semanas decisivas por cuanto el tiempo se va consumiendo, con Javier Láinez y el supuesto grupo de alemanes intentando también la compra.

Sea cual sea el destino que Iglesias elija para la SAD debería ser obligatorio que los nuevos gestores cumplieran escrupulosamente dos condiciones irrenunciables. Que todos y cada uno de ellos, sin excepción, estuvieran limpios, impolutos en su honor y que su pasado no admitiera ninguna duda sobre su credibilidad ni, obviamente, sobre su línea de conducta. Y que estuvieran libres de cualquier cadena que les pudiera unir con la terrible era de Agapito. Cualquier otra cosa, como conservar en la estructura a dos personajes como Checa y Cuartero, cómplices y causantes como ninguno de la destrucción del Zaragoza en los últimos años, simplemente serviría para extender una alargadísima sombra de sospecha sobre su autonomía y verdadera independencia.