Conviene tener amigos hasta en el infierno. El Córdoba, virtualmente descendido a Segunda B, regaló ayer la victoria a un Zaragoza que, durante muchos momentos, fue un alma en pena camino también del averno. El amigo fue Luis Muñoz, defensor del cuadro andaluz, que, apenas reanudado el choque tras el descanso, entregó el primer gol a Marc Gual y luego repartiría más presentes. Fue entonces cuando el Córdoba firmó su certificado de defunción al mismo tiempo que revivía un Zaragoza cadavérico que acabó bailando sobre la tumba del generoso colega.

La victoria, tan contundente como engañosa, aleja las llamas a siete puntos, una distancia considerable a estas alturas del campeonato. Oxígeno puro que, sin embargo, no debería camuflar el insoportable hedor que desprendió el equipo aragonés en una primera parte infame, indigna y vergonzante.

Porque el Zaragoza fue un esperpento durante casi todo el partido, pero, sobre todo, en una primera mitad en la que malvivió preso del miedo y la desconfianza. Un grupo inseguro. Un cadáver. En un campo casi vacío y ante un rival con los dos pies en Segunda B, el equipo aragonés se dedicó a pasear sus vergüenzas ante un oponente que, al menos, ponía orgullo. El Zaragoza, en su habitual 4-3-3 en ataque convertido en 4-2-3-1 en defensa, amenazaba ruina.

Un ensayo de Ros no encontró portería justo antes de que Andrés comenzara a llevar a la defensa zaragocista por la calle de la amargura. Un remate del delantero al larguero tras centro de Carbonell y otro centro chut que también rebotó en la madera amenazaban con convertir el duelo en una marcha fúnebre. Entre ambos sustos, a Marc Gual, la gran e inesperada novedad del once, se le había nublado la vista cuando, tras un buen pase de Biel, encaró a Marcos y, en lugar de intentar superarlo por alto, buscó el pase a Álvaro en la izquierda. La ejecución, nefasta, dio al traste con la mejor ocasión de los aragoneses, que aún disfrutarían de otra poco después merced a una jugada personal de Nieto que culminó con un disparo demasiado ajustado al poste derecho de la meta andaluza.

La lesión de Soro apenas superada la media hora y la entrada de Guti en su lugar modificó el dibujo de un Zaragoza que pasó a formar en 4-1-4-1 con el canterano y Ros por delante de un desaparecido Eguaras. Pero el partido ya era del Córdoba ante un cuadro aragonés desordenado. Desnortado. Desesperante.

Un cruce de Eguaras cuando Carbonell se disponía a disparar y otra contra que el propio Carbonell acabó enviando con un disparo alto dio pie a un descanso que debía servir para cambiarlo todo. Ese Zaragoza olía a Segunda B. El aroma era fétido.

Por fortuna, Luis Muñoz rescató a los de Víctor con un regalo de valor incalculable. Un pase atrás demasiado corto del defensa fue aprovechado por Marc Gual, que poco antes ya había rozado el gol con un cabezazo preciso a centro de Delmás que se marchó desviado por poco. El tanto abría las puertas del cielo a un Zaragoza al que le volvía a latir el corazón, aunque Andrés, tras el enésimo error de Eguaras, y Chus estuvieron cerca de volver a nivelar la contienda.

El Zaragoza había hecho lo más difícil. Ahora se trataba de controlar el partido, tener el balón, no cometer más fallos y, si acaso, aprovechar algún otro regalo del rival para sentenciar. Demasiados factores para un equipo plagado de tiritas y vendas. Aunque lo que parecía claro era que el Córdoba, un agujero negro atrás, haría más concesiones. Así fue. El amiguete fue, de nuevo, Luis Muñoz, que perdió otro balón que Gual cedió a Álvaro, pero su remate fue desbaratado por Marcos, que evitaba la sentencia de muerte y otorgaba una vida extra a su equipo. Andrés, otra vez, estuvo a punto de prolongar la agonía del Córdoba, pero fue entonces cuando irrumpió en escena la imponente figura de Cristian, un ángel en esta temporada infernal. Su intervención y otra posterior a Menéndez acabaron con las esperanzas de un Córdoba cuyos severos errores defensivos le dejaron sin pulso. Marc Gual, con dos tantos en tres minutos, ponía la puntilla a los de Rafa Navarro y dejaba vivo y coleando a un Zaragoza que recuperaba, demasiado tarde, a ese buen delantero que fichó.

Cristian hizo el resto con otros dos paradones a cabezazo de Chus y disparo de De las Cuevas. Y Papu, que volvió más de tres meses después, rozó el cuarto. El Zaragoza había cumplido más por deméritos del rival que por méritos propios. El regalo, en todo caso, es oro puro. La victoria aleja al demonio, que ayer se llevó el alma del Córdoba. Un amigo en el infierno.