¡Sálvese quien pueda! O quien sepa. El grito se lleva dentro porque no hay tiempo ni para chillar. Los directores, desde los coches, se quedan afónicos de dar consignas, casi siempre incompletas. Todos están avisados. La llegada de la quinta etapa del Tour es una trampa. No caben todos y, por su fuera poco, a un kilómetro hay una bajada que pone los pelos de punta. Es el infierno. Alejandro Valverde no es la excepción.

Está, o trata de estar, bien colocado. Nairo Quintana, que no quiere regalar ni un segundo más, circula por la derecha. Un bandazo descoloca al ciclista murciano. Tanto trabajo, e igual para nada. En un abrir y cerrar de ojos se ve desplazado 15 o 20 posiciones de donde le gustaría estar. Sabe que puede ser una llegada para él. Sabe que es una oportunidad. «Hay que remontar», se dice a sí mismo. Pero no pudo ser y acabó cuarto. Sagan, segunda victoria y segundo día de poderío.

FIRME Y CONVENCIDO / El Tour lleva cinco días y Valverde no solo asoma por la cabeza de carrera sino que se deja ver. Firme. Convencido. Seguro. Sin miedo. Y si no pudo ser ayer en Quimper, hoy parte como el favorito, como el ciclista a batir, en un Muro de Bretaña que clama por tener en su cima la firma de un corredor murciano. Hace tres años, solo pudo ser tercero.

Esta semana no se gana el Tour de Francia, pero sí sirve para avisar de las intenciones, para ver el estado de forma de los rivales, para oírlos respirar en carrera, para adivinar si están nerviosos o serenos. Y para ello nada mejor que la experiencia de un corredor como Valverde, veterano en años pero joven de piernas. Hoy será candidato y, si vence, asustará más si cabe.