En estos días tan abundantes en anglicismos, barbarismos y otros ismos lingüisticamente incorrectos, murió el profesor Lázaro Carreter. El candidato Rodríguez Zapatero, que ayer actuaba en la Universidad Complutense, pidió un minuto de silencio en su memoria. Luego, sin papeles ni más aditamentos, lanzó un discurso lo suficientemente hilvanado como para haber merecido un aprobado por parte del riguroso maestro del idioma. A esas horas, los resultados de la encuesta del CIS echaban gasolina al incendio augurándole al PP una mayoría absoluta rapadita: 176 diputados. La predicción, habiendo llenado de zozobra a todos los supuestos integrantes de la Coalición opositora, tampoco habrá tranquilizado demasiado al Partido Popular. A no ser, claro, que en Génova sepan alguna cosa más sobre las tripas del sondeo.

Esta costumbre de que en el ecuador de la campaña se dé a conocer un pronóstico oficial, hecho con recursos públicos y elaborado bajo la indudable tutela del gobierno de turno, no deja de ser una anomalía. Pero así están las cosas. Ahora surge una incógnita esencial (la Incógnita )l: ¿estamos ante una encuesta clavada o volverá a producirse un raro vuelco final como el de hace cuatro años, cuando de un escenario próximo al empate técnico se pasó a la arrolladora y absoluta victoria conservadora? Siempre habrá dudas sobre la transparencia y objetividad de estas proyecciones demoscópicas. En las elecciones generales del 2000 corrió el fundamentado rumor de que el Gobierno había maquillado los datos que entonces divulgó el CIS para disimular el espectacular avance popular y mantener así a la izquierda aletargada y propicia a la abstención. Hoy se podría pensar en todo lo contrario; o no, como diría Mariano Rajoy.

La cocina de los sondeos

Cada vez hay más observadores que prefieren los sondeos crudos porque desconfían de los productos anticipatorios demasiado cocinados. Ante lo que ayer sirvió el CIS, la verdad es que se hace difícil entender por qué las diferencias entre los dos partidos mayoritarios en voto declarado o directo (3,4 puntos) y en simpatía (1,4 puntos) se estiran hasta los 6,7 puntos en el voto asignado finalmente. En cuanto al curioso hecho de que los entrevistados prefiriesen a Zapatero como presidente, aunque creen masivamente que ganará Rajoy, no está muy claro si es un factor que coadyuvará al éxito total de este último o lo reducirá a una mayoría relativa. Tal estado de ánimo podría por una parte impulsar a los electores progresistas a quedarse de nuevo en casa, convencidos de que nada queda por hacer frente a la hegemonía conservadora; o todo lo contrario, que se movilizaran ante la inminencia de un nuevo rodillo .

La encuesta ofrece además detalles impresionantes. Confirma un espectacular avance de Esquerra Republicana. Pasar de uno a seis diputados es un salto tremebundo que permitiría a Carod-Rovira disponer de grupo propio. Los de CiU, que ayer estuvieron en Madrid, deben andar de los nervios.

Más madera que es...

Zapatero se lo tomó con mucha calma (que será soso, pero también tranquilo). A los universitarios madrileños les habló de conocimiento, de investigación y de un "pacto generacional para incorporar a los jóvenes a un cambio como el del 82". A la vez, José María Aznar seguía actuando como martillo de herejes. "¡Quieren desmantelar España!", dijo. Rajoy le iba siguiendo la huella: "No creo que Zapatero cumpla su anuncio de que sólo gobernará si gana en votos (...) Seguro que quiere alzarse al poder junto con Carod Rovira, Llamazares y algunos coleguillas más". Pero la guinda la puso en Jaén la todavía presidenta del Congreso y candidata del PP por Zaragoza: "Votar al PSOE supone votar a un conjunto de partidos, comunistas y republicanos de los que no puede salir nada bueno". Oyendo tales cosas, algunos echaron mano del calendario. ¿Estamos en el 2004?

Por lo demás la cosa siguió como mandan los cánones. Rodrigo Rato se paseo por Chueca, el distrito homo de Madrid. En un bar oyó a un ciudadano que rezongaba: "Que acaben con la especulación y no nos vengan con paripés". "Se encuentra usted bien", replicó el vicepresidente. "No tan bien como usted", respondió el espontáneo. "Lo siento", agregó Rato. "Más lo sentiré yo si vuelven a ganar ustedes las elecciones", cerró la parrafada aquel personaje anónimo. Y esta vez el candidato del PP optó por callarse.