Cuando le preguntas a alguien cuál es su día favorito del año, probablemente te diga el de su cumpleaños. Si me lo preguntas a mí, diré que es el día de antes, el día en el que nació mi hermana. Katherine solo necesitó nacer a las 23.35 para convertirse en mi hermana mayor. Yo decidí esperarme al día de después. Solo unos pocos afortunados pueden entender lo que se llega a querer a alguien con quien lo has compartido todo durante nueve meses. Nadie puede entender el vínculo que nos une, quizás ni nosotras mismas. Somos mucho más que hermanas, lo somos todo. Somos como el día y la noche, como el fuego y el agua, como la luna y el sol. Tan diferentes por dentro como iguales por fuera; y a la vez tan complementadas que sería imposible separarnos.

Por eso hoy es un día tan especial. Hoy es su cumpleaños. Mi hermana cumple por fin 25 años y merece una fiesta a su altura. En cuanto suena el despertador, salto de la cama. Me visto y bajo al piso inferior. Ella ya se ha ido a trabajar, es lo que tiene cumplir los años en martes. Cuando llego a la cocina, me doy cuenta de que me ha preparado el desayuno. Me ha hecho tostadas con mermelada de fresa; sabe que me encantan… Junto al café hay una nota:

«Te he hecho el desayuno porque si no, llegarás tarde a tu primer día de trabajo; y no lo niegues, que te conozco muy bien, hermanita. Estoy muy orgullosa de ti, seguro que lo haces genial. Mucha suerte y pasa un buen día. Te quiero». No puedo evitar sonreír. En el fondo tiene razón; soy un desastre en lo que a puntualidad se refiere, aunque hoy me he propuesto llegar con tiempo de sobra.

Después de desayunar, me visto y me maquillo. Quiero dar una buena impresión el primer día. Estoy a punto de salir de casa, cuando me doy cuenta de que me he dejado la televisión encendida. Definitivamente soy un desastre. Si no llevara la cabeza pegada al cuerpo, seguro que me la olvidaría en algún sitio. En la televisión están dando una noticia de última hora. Parece importante, pero no tengo tiempo para escucharla. Cojo el mando y estoy a punto de apagarla, pero de repente oigo algo que me hace sentarme de golpe. Las piernas me han fallado, no tengo fuerza. No puedo dejar de mirar esa pantalla y al periodista que está dando la noticia. No puedo creerlo, no puede ser verdad, esto no puede estar pasando… Estoy unos minutos sin poder moverme, sin saber qué hacer. Al final, decido levantarme e intentar averiguar algo más. Me monto en el coche y llamo a mi madre.

-Mamá, ¿has visto las noticias? - le pregunto nerviosa.

-No, cariño. ¿Qué pasa?

-Tú enciende la televisión y llámame si hay alguna novedad. Yo voy a intentar averiguar algo más.

-¿Averiguar algo más sobre qué? - Esta vez su tono de voz es más preocupado.

-Tú haz lo que te he dicho, mamá.

-Madison, si ha pasado algo… -No le dejo acabar. Cuelgo el teléfono y sigo conduciendo, cada vez más rápido.

Cuando llego, no puedo creer lo que estoy viendo. Jamás pensé que vería algo tan horrible. No soy capaz de entender cómo puedo llegar a odiar algo que hasta hace unos minutos admiraba. Durante unos segundos me quedo mirando aquel horror. Soy incapaz de moverme, incapaz de hablar, incapaz de reaccionar o pensar con claridad. Quiero apartar la vista, pero no puedo. Es como si no estuviera ocurriendo de verdad, como si lo estuviera viendo desde fuera en vez de estar aquí delante. Unas torres imponentes cayéndose a pedazos, gente corriendo, sirenas sonando, los gritos de demasiadas personas unidos por el miedo. Puedo apreciar cada pequeño detalle.

El tiempo parece haberse detenido en este lugar y en este momento. Puedo sentir el miedo, puedo sentir su miedo. Sé que ella está viva. No puedo explicarlo, pero lo sé. Por eso mismo dejo de mirar y me pongo a correr en la dirección contraria a la que lo hace todo el mundo. Cada vez estoy más cerca. Ahora puedo ver de dónde venían esas sirenas. Coches de policía, ambulancias, bomberos… Intento acercarme, pero cuando estoy punto de saltar el cordón policial, alguien me detiene. Me agarra y me echa hacia atrás. Sé que me está hablando, pero no lo escucho. No me importa lo que me diga, yo solo quiero encontrar a Katherine.

-Escúcheme, por favor. Mi hermana trabaja aquí. Está ahí adentro y tengo que ir con ella. Me necesita. Está asustada, ¿vale? Tengo que ir con ella, por favor. Déjeme ir con ella. Está viva, yo lo sé.

El policía me dice que lo siente, pero que no puede ayudarme. Me pide que me vaya a casa y espere, que ya me avisarán. Pero yo no puedo irme. Sé que está viva. Puedo sentirlo.

Me alejo de aquel lugar, pero me niego a volver a casa. Mi móvil no deja de sonar. Sé que es mi madre, pero no quiero contestar, no puedo contestar ahora. Me hará demasiadas preguntas para las que no tengo repuesta. Estoy inmersa en mis pensamientos cuando, de repente, alguien me toca en el hombro. Me sobresalto y rápidamente miro a quién tengo detrás. En cuanto la veo me derrumbo. La abrazo y empiezo a llorar. Repito su nombre una y otra vez mientras ella me acaricia el pelo. Sabía que estaba viva. Mi hermana está bien.

Me cuenta que su coche tuvo una avería y por eso no llegó a entrar a trabajar. Me dice que lleva llamándome más de una hora y que mamá le dijo dónde estaba. Solo dejo de abrazarla para mirar juntas lo que iba a convertirse en un referente contra el terrorismo.

Y mientras lo miro, pienso. Pienso en todas las personas que no han tenido una avería, en todas las personas que estaban allí, y en las que siguen dentro todavía. Pienso en cómo alguien puede ser capaz de causar tanto daño. ¡Cuánto odio debe sentir! Y me pregunto el porqué. ¿Por qué alguien querría hacer esto? ¿Por qué ha tenido que pasar?

Al día siguiente, todas las televisiones hablan de lo ocurrido. Arreglar todo lo que ha sido destruido costará miles de dólares, pero el dinero no puede sustituir a las personas que murieron en ese acto cruel e inútil. No puede sustituir las sonrisas, los abrazos, los besos, la alegría... Solo se necesita secuestrar unos aviones y mucho odio para acabar con la vida de 3.016 personas. Un número que es mucho más que un simple número. 3.016 vidas, 3.016 personas, 3.016 corazones que dejaron de latir...

Se recordará como uno de los días más horribles del país, y quizás de este mundo. Porque cada vida importa. Nos importa a todos.

Ayer hubo un atentado en Estados Unidos. Se destruyó el complejo de edificios del World Trade Center, incluidas las Torres Gemelas, y el edificio del Pentágono sufrió graves daños. Ayer pasó de ser mi día favorito, a convertirse en el día de la muerte de demasiadas personas inocentes. Aunque todos juntos haremos que los que hicieron esto pierdan; y convertiremos este día en un símbolo y una lucha por la paz. Todos sabrán lo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001.