¡Pom! Un ruido seco y escalofriante llenó por completo aquel hermoso lugar, y el silencio del que tanto me gustaba disfrutar desapareció. La gente salía de sus habitaciones y corría gritando escaleras abajo. Yo, sin embargo. no encontraba ningún motivo para correr. Pero al asomarme por la barandilla y mirar hacia abajo, observé horrorizado que aquella pobre y extravagante mujer se encontraba muerta en la antigua y valiosa alfombra. Una obra de arte estropeada por la sangre. Y yo, de nuevo, en medio de una terrible tragedia.

La policía determinó que se había caído por las escaleras, golpeándose la cabeza. Pero afirmaron también que no había sido un accidente, que la habían asesinado, que alguien la empujó. Uno de ellos había matado a esa pobre y ruidosa mujer, y yo debía convivir con ello, como si nada hubiera pasado.

Marcharme de aquel misterioso hotel era una posibilidad, pero el deseo de investigar el enigma de quién asesinó a la adivina era más fuerte que el miedo a que el asesino viniera también a por mí. No pude descubrir quién mató a mi mujer pero, quizás, sí pueda ayudar en esto. Así que me fui a dormir. Mañana empezaría a investigar. Elegí este pequeño y alejado hotel precisamente por eso. Sin lujos, sin demasiada gente, sin ruido... Un lugar para descansar. Un precioso hotel en la orilla de una hermosa playa, con ese sutil olor a sal.

A la mañana siguiente estaba sentado en el comedor, esperando mi desayuno. La señora Tanner, propietaria del hotel junto a su marido, se acercó y me sirvió el café. Decidí comenzar mi investigación.

—Qué horrible desgracia lo de la señorita Tyler, ¿verdad? —pregunté esperando encontrarme con la tierna respuesta de aquella dulce mujer. Sin embargo, solo recibí un escueto «sí». ¡Qué raro!

—Era una mujer encantadora, ¿verdad?

—No la conocía mucho —respondió mientras se alejaba hacia otra mesa. Me pareció extraño. Sabía que eso era mentira, pues no era un secreto que la señorita Tyler y la señora Tanner pasaban largas tardes charlando en el salón. ¿La habría matado ella por algún secreto que se confesaron mutuamente en una de esas conversaciones?

Al día siguiente, me di cuenta de que la puerta de la habitación de uno de los huéspedes estaba abierta, pero no había nadie dentro.

Decidí echar un vistazo. Era la habitación del músico, un hippie poco hablador; su inconfundible guitarra se encontraba encima de la cama. La observé un poco por encima. Todo estaba muy revuelto. Bajo la cama sobresalía el asa de una mochila. Al abrirla me encontré con un montón de joyas. Parecían... No, no podía ser pero... Sí, definitivamente eran las joyas de la señorita Tyler. ¿Acaso la mató él para robarle? La señorita Tyler nunca me cayó muy bien. Era demasiado ruidosa y extravagante, demasiado cotilla en general. Una timadora que se hacia pasar por adivina. Pero nadie, ni siquiera ella, merece una muerte como la suya.

Esa misma tarde encontré llorando en la cocina a la señora Tanner. ¿Cómo podía haber sido ella? No tenía sentido, la verdad. ¿Por qué iba a matarla y luego llorar a escondidas? No, ella no era la asesina. Y su marido tampoco, pues en el momento del asesinato, él se encontraba fuera en el jardín. Yo mismo le vi entrar por la puerta principal. No pudo haber bajado, salido y vuelto a entrar sin ser visto, no habría tenido tiempo.

Ya habían pasado tres días y mi lista de sospechosos se había reducido a dos. La joven y tímida estudiante, y el discreto y ladrón músico. ¿Quién tenía motivos suficientes para asesinarla? Fui a ver cómo se encontraba la señora Tanner. Estaba llorando, sentada en su cama y cosiendo una camiseta blanca. Al entrar me di cuenta de que había una fotografía en la pared. Era la señora Tanner y... ¿La señorita Tyler?

—En el fondo mi hermana era una buena persona ¿sabe? Una timadora, sí, pero una buena persona.

Eso lo explicaba todo.

—¿Y esa camiseta? ¿La ayudo? —pregunté.

—No, gracias. Ya estoy terminando. Es del hippie ese. A saber cómo se la ha roto de esa manera.

No podía creerlo. Lo tenía. La policía dijo que la señorita Tyler tenía en las uñas restos de un tejido. Que probablemente se habría intentado agarrar a su asesino y le habría roto la camisa. Llamé rápidamente a la policía y se lo conté todo. Vinieron y comenzaron a registrar su habitación. Allí, encontraron la mochila con las joyas robadas, la camisa cosida, un billete de avión para esa misma tarde, mucho dinero escondido...

La policía se lo llevaba mientras él gritaba que era inocente, que él no había hecho nada. Todos observaban impactados que aquel chico fuera un asesino.

En el fondo yo sabía que él no era el asesino. No podía serlo. Si fui yo quien la tiró por las escaleras, ¿Cómo podría haberla matado él? Si yo puse las joyas en su habitación, si yo dejé el dinero y el billete, si yo rompí su camiseta... ¿Cómo iba a ser él el asesino?

Quizás un día se sepa la verdad...pero de momento este secreto morirá conmigo. Esa mujer no debió meterse donde nadie la llamaba. No debió investigarme. No debió averiguar la verdad sobre el asesinato de mi mujer. A nadie le importaba. ¿Por qué no podía dejarlo estar? ¿Qué importaba que fuese yo quién mató a mi mujer? Pero ella no entendía eso.

Y cogiendo mi gabardina y poniéndome mi sombrero, salí de aquel viejo hotel; y caminé por la orilla del mar, con mis pies descalzos y ese olor a sal que tanto me gusta.