Despierto cada día asustada y ahogada en un mar de lágrimas por los gritos, esos que se escuchan todas las mañanas en mi casa. El miedo que invade mi hogar se oye desde la calle, pero nadie es capaz de decir nada, ni siquiera nosotras, y es que teniendo a esta bestia al lado, ese sentimiento hacia él nos abruma la mente y no nos deja reaccionar.

Estoy cansada de este infierno y pienso en marcharme, dejar todo esto, pero no puedo dejar a mi madre con ese hombre al que no soy capaz ni de dirigir la palabra.

También hay momentos en los que pienso en luchar por mí y por la mujer que me dio la vida. Llevamos sufriendo demasiados años y esto tiene que parar. El tiempo pasa despacio, y a pesar de cómo él me trata, voy ganando fuerzas para acabar con ello de una vez por todas. Pienso en abrirme a la gente y expresar lo que siento, pero no puedo. Cuando lo intento, me bloqueo y cambio de tema.

Por lo menos tengo amigas, personas que me apoyan. No les informo directamente pero me conocen, tanto que con una simple mirada me ven transparente y fijan sus ojos repletos de compasión en los míos, llenos de tristeza, impotencia y opresión. Cada sentimiento ellas lo ven, solo necesitan mi asunción, pero aun sin ella, cada vez es mayor la fuerza con la que intentan inspirarme más confianza.

Finalmente acabo yéndome a la cama con la sensación de que merece la pena vivir por aquellas personas a las que les importas, y que tengo que plantarle cara al miedo, ya que este está en mi cabeza, y solo yo puedo remediarlo. Debo recordar que la esperanza es lo último que se pierde, y a mí me queda mucha para ponerle fin a esta situación.