El valor de las pequeñas cosas, la poética de la vida cotidiana, la emoción frente al paso del tiempo. Con esos ingredientes Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) ha facturado Entresuelo (Mondadori). Pese a su juventud, el autor es una de las piezas claves de la vida cultural aragonesa. Escritor, hasta el momento, de relatos, coguionista con Jonás Trueba de la película Todas las canciones hablan de mí y traductor de libros tristes --lo son los de William Faulkner y David Vann-- acaba de debutar, sin embargo, con una historia feliz, minimalista, agujereada por elocuentes silencios y de poco más de 100 páginas. Se trata de una memoria al estilo de Léxico familiar de Natalia Ginsburg, Novela familiar de John Lanchester o el Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente contada en tono menor y sin levantar demasiado la voz --muy al estilo en el que Gascón dice las cosas-- que sigue a cuatro generaciones de la rama materna del autor, con una épica de andar por casa, nada que no se encuentre en cualquier familia. De ahí que a Daniel Gascón sus colegas le hayan dicho: "Leía la historia de tu familia y solo veía a la mía".

Hay mucho de la típica comedia a la italiana en este libro marcado por el espacio físico, ese entresuelo en la avenida de Goya, número 88, de Zaragoza que perteneció a los abuelos, donde fue a vivir el escritor junto a su novia muchos años después y donde se entretejen tantos recuerdos e historias sencillas. Las tumultuosas comidas familiares, por ejemplo: "Siete conversaciones que se cruzan, de gente que no sabe bien si se está escuchando entre sí en las sobremesas. Por cierto, es una palabra que hoy apenas se usa".

En ese espacio, Gascón siente que ha actuado como un arqueólogo. "Me preguntaba cómo vivía la gente en ese lugar, un piso de poco más de 80 metros cuadrados, antes de que yo estuviera y la manera en que se han transmitido esas historias". Es el caso, por ejemplo, de los lugares que perdieron la función que tenían aunque conservaran el nombre. "Se hablaba de la habitación de las tres camas aunque cuando yo la conocí solo quedaban dos. Ahora ya no queda ninguna pero sigue llamándose así". O de la relación con los objetos, con esos libros que pasaron de mano en mano y generación tras generación. "También me divertía --cuenta Gascón-- ver cómo las versiones de los episodios familiares de mi abuela y de mi madre, por ejemplo, eran distintos. Siempre es muy difícil que los recuerdos encajen".

Puro Azcona

Hay mucha cinefilia en el libro. La ya mencionada comedia a la italiana, la trilogía de El Padrino y también es puro Azcona. "Quería utilizar el sentido del humor de la generación de mis abuelos y, sobre todo, no jugar a la nostalgia, porque aunque en su vida hubo muchas cosas buenas venían de un mundo muy precario".

Y como no podía ser de otra manera en el libro también ha involucrado a su padre, el escritor y periodista cultural Antón Castro y a su hermana la también escritora Aloma Rodríguez. "¿Que por qué nos llamamos distinto? Mi padre se llama Rodríguez Castro y firma con su segundo apellido, yo hago lo mismo y como el nombre de mi hermana es tan poco corriente puede llamarse como quiera".