El escritor zaragozano José María Conget ha querido rendir un homenaje tan nostálgico como sentimental, tan erudito como documentado, a los cómics de su infancia, de los que asegura que siguen siendo los de hoy, con el libro El olor de los tebeos (ed. Pre-Textos).

Conget, autor de media docena de novelas, profesor de Bachillerato en Sevilla y responsable de la programación cultural de Instituto Cervantes en Nueva York durante ocho años, reivindica también el valor cultural de los tebeos: "Me pregunto por qué tiene más aceptación social dedicar un lustro al uso del subjuntivo en Tirso de Molina que rememorar aquella etapa gloriosa de El Duque Negro cuya carga emotiva, si te descuidas, no ha desaparecido todavía", afirma.

"Debo manifestar solemnemente que no experimento la menor vergüenza por el placer que me proporcionan los cómics y que me encanta reencontrar los que leía de niño", dice el autor de este libro en el que ha reunido varios artículos publicados en la prensa cultural y otros ensayos hasta ahora inéditos.

Además de vindicar "el pedigrí egipcio o medieval de la narrativa dibujada", Conget recuerda en su libro que T.S. Eliot era asiduo lector de Krazy Kat , evoca el "fervor coleccionista de Bertolucci o Resnais" y sostiene que John Steinbeck "propuso muy seriamente a Al Capp, autor de la serie Lil Aber, para el Premio Nobel de Literatura". Conget también recuerda que "Umberto Eco confesaba que la semiótica era la excusa que se había buscado para seguir leyendo a Supermán sin escrúpulos de conciencia".

Pese a que, como señala Conget, en la posguerra y hasta los años sesenta la tirada de los tebeos "era mayor que la de cualquier otra publicación periódica y desde luego, con más lectores", no ha existido luego en España un interés por el estudio de este género.

Los tebeos han permanecido "despreciados o frecuentemente reducidos a un hábito pueril, han estado indefensos contra la incuria, el desgaste del roce y del polvo y las infidelidades de sus propietarios", explica Conget, quien señala "los monumentales errores de catalogación y los tremendos huecos en la colección de tebeos de nuestra Hemeroteca Nacional".

Junto a reproducciones de numerosas viñetas de tebeos de otras épocas, el escritor también se pone proustiano al recrear la importancia de los tebeos en su educación sentimental: "El olor de los tebeos, que emerge como un animal submarino de nuestro pasado colectivo, es el sutil, misterioso e insustituible perfume del tiempo", concluye.