--¿Por qué centra la novela en los años 90 y 91, unos años, como usted mismo dice, tan anodinos en la historia de España?

--Quise que empezara en el 89 porque por edad sería el quinto año y último de carrera de Pipi. Luego me dio mucho juego porque cuando me puse a investigar, de pronto me dí cuenta que era un año raro. Musicalmente, la movida se había diluido más o menos porque los grupos de la movida se habían convertido en grupos de cachés millonarios y todavía no había explotado el indie y el grunge ni nada de eso. Y también en los 90 salieron las cadenas privadas en España. Y eso me dio un contexto para hablar de los primeros programas de Tele 5, de las Mama Chicho, de los primeros programas de Antena 3, que era un pequeño desastre, las películas porno de Canal +... Son unos años como indeterminados que cuando te metes a fondo puedes sacarle mucho chicha.

--La vida de Pipi es muy banal, ¿de verdad era así la vida esos años?

--Es que tiene 24 años. No había un 15-M ni grandes filosofías. Pipi pasa una etapa vital, que pasamos todos y tampoco había la corrupción política tan asfixiante como hay ahora, no había horarios en los bares, que eso es muy importante... Pero, desde luego, el ímpetu del personaje es, ante todo, el hedonismo, la juerga y el despiste metafísico que tiene muy serio sobre su vida porque él no tiene una vocación, él está como pendiente de muchas posibilidades que pueden pasar en la vida. Lo único que tiene claro es que quiere seguir en ese limbo que supone la universidad antes de pasar a la edad adulta.

--¿Era una década de menos hipocresía? Lo digo por el lenguaje directo que utiliza en su novela

--No creo que sea más o menos hipócrita. Los defectos de la sociedad no cambian de una generación a otra y mucho menos de una década a otra. Nosotros teníamos una educación audiovisual muy limitada porque hasta el 90 no había una oferta real de televisión. Lo llamativo del lenguaje sexual en Chorromoco más que por el contexto es por el uso personal que hago de él. Yo abogo por quitarle trascendencia al ímpetu sexual y al uso del sexo en el lenguaje, por tanto, no creo que sea tanto un reflejo de los 90 como de mí mismo, una actitud vital con los 80, con los 90 y, espero, en mi vejez.

--¿No se escandalizará la sociedad en la que vivimos con su novela?

--Puede sorprender, pero no escandalizar. Hemos visto de todo y estoy convencido que una persona en sus cabales tiene escondidas secretas fantasías, no solo sexuales, sino de todo tipo, inconfesables. Lo malo es cuando las reprime del todo o cuando las hace demasiado explícitas. Yo hablo de esas cosas de una manera muy natural, lo que pasa es que, por alguna razón que no llego a comprender, llama la atención decir polla en lugar de pene. Yo lo veo natural.

--La editorial define su novela como inclasificable, ¿no cree que es una definición que no le beneficia?

--A mí me gusta porque el único criterio que tenía era hacer la novela que a mí me gustaría leer en ese momento. Yo no tengo miedo a las etiquetas. Si me dicen comedia, sí, lo es, pero también tiene reflexiones, no muy profundas pero sí reconocibles. Las de alguien con 24 años que no sabe hacia dónde va y que tiene un abanico enorme de posibilidades y que cae una y otra vez en el patetismo y casi en la autolesión, en ese ímpetu de la juerga de la noche. ¿Sabes? El gran tema de California 83, para mí, no son los 80, es la vergüenza absurda y surrealista y sin fundamento que tiene un adolescente ante todo, sobre todo, los pequeños detalles. Pequeñas cosas cotidianas que son las que te conforman como persona. Por eso, me gusta como leif motiv la sitcom Seinfeld cuyo subtítulo es Un show sobre nada. Seinfeld, que duró nueve temporadas, empezó y acabó hablando de a qué altura debería estar el segundo botón de la camisa. Eso cuando te vistes por la mañana tiene su importancia a lo mejor más que otras cuestiones como filosóficas de a dónde va el universo. No tengo miedo a las etiquetas, pero me gusta pensar que hay más de un tema en Chorromoco 91.

--Su trabajo de humorista, ¿le ayuda a la hora de ponerse a escribir?

--Voy a negar la mayor porque yo no me siento humorista. Ilustres ignorantes tiene un formato humorístico, pero yo estoy en un terreno difuso aunque con una actitud sarcástica sobre cualquier tema. Tengo una perspectiva irónica pero más que como profesión, como actitud vital. A mí me gusta reírme y utilizar la risa para tamizar. La risa es un método de supervivencia y me ha salvado la vida muchas veces y quiero que siga siendo así. Esa actitud humorística me ha servido para llegar a Ilustres ignorantes y, por supuesto, para escribir y sobrevivir cada día, que no es poco ni mucho menos.