Alice Ciuhat tiene 14 años. Pero podría tener 30. La madurez se apoderó de ella el pasado jueves cuando vio llorar a su padre. Era la primera vez. Nunca antes le había visto derramar una lágrima. Ahora Alice ha tomado las riendas de su familia. Ella es la que calma a su padre, la que habla con los médicos y la que gestiona el papeleo. Además, Alice se ha convertido en su traductora. El no domina el castellano, pero aunque lo hiciera no lo podría entender. Está casi sordo. Lorin, un rumano sin papeles de 40 años, es una víctima más del 11-M.

Lorin es fontanero. "Su jornada --explica Alice-- suele ser de 12 horas. Va donde le manda su jefe y se recorre casi todo Madrid de casa en casa". El idioma, hasta ahora, no ha sido un inconveniente. "Muchos compañeros son rumanos y entre nosostros no hay problema. Con los españoles, más o menos, pero al final también nos entendemos", afirma Lorin en un tono bajísimo.

El jueves por la manaña, ella tenía un trabajo al norte de la ciudad. Sus planes eran coger el tren en Coslada, bajar en Atocha y de ahí ir a Majadahonda, donde había quedado con un compañero. Pero ese día su reloj no pasó de las 7.39. A esa hora, su tren, que acababa de entrar en Atocha, reventó. El relato de Lorin es similar al que ya han contado otras víctimas del 11-M. Pero su cara, sus silencios y su llanto son gestos especialmente estremecedores.

Lorin necesita tiempo para contar los hechos. Antes de empezar, se lleva las manos a la cabeza y llora. Su mujer sabe lo mal que lo está pasando y le coge la mano. "La explosión fue brutal. Pensé que se había caído el cable de alta tensión. Me quedé completamente sordo", relata. Sabe que es afortunado. El, una vez que el tren estaba llegando a la estación de Atocha, permaneció sentado y no se levantó hacia la puerta de salida. Otros muchos sí lo hicieron. Lorin vio cómo saltaban por los aires. "Le dije a Dios que me salvara", cuenta. Y le salvó. De hecho, debió de ser uno de los pocos supervivientes del primer vagón.

Imágenes grabadas

Al igual que todos los que sufrieron el atentado, Lorin tiene varias imágenes grabadas en la cabeza. Por ejemplo, la de una señora empapada en sangre que se le quedó mirando durante unos segundos. Durante esos minutos de angustia, Lorin no estuvo solo. Un hombre --él no se acuerda si era un pasajero herido-- estuvo a su lado. Le prestó su abrigo para cubrirle las piernas y le dejó un móvil para que telefoneara a su mujer. La red estaba colapsada, así que la llamada no se pudo realizar. Optó entonces por un mensaje de texto: "Estoy herido, pero bien. Ha habido un accidente en Atocha". El SMS llegó al móvil de Luminita, pero ella pensó que era una broma y no le dio más importancia. En ese momento, no sabía que su marido ni oía, ni sentía las piernas ni podía apenas respirar.

Ella se enteró más tarde porque una amiga le contó que había habido un atentado en Atocha. Cuando Luminita escuchó esa palabra se le heló la sangre y cayó en la cuenta de que el SMS de su marido era todo menos una broma.

Las horas siguientes fueron una auténtica tortura. Alice y su madre dejaron a la pequeña Andrea Alexandre en casa de una amiga y se marcharon a Madrid para buscar a Lorin. Primero fueron a Atocha, pero allí no lo encontraron. El personal de emergencias le dijo que los heridos estaban siendo trasladados a varios hospitales. Fueron al 12 de Octubre, pero nada. Luego, acudieron al Gregorio Marañón. A las dos de la tarde, por fin, pudieron verlo. No olvidarán fácilmente su imagen. "Estaba completamente amarillo, asustado, con una mascarilla y con los brazos llenos de cables", afirma Alice.

Lorin permaneció ingresado cuatro días. El lunes por la tarde, recibió el alta. Asustado, dolorido y sordo, pero vivo. "Los médicos le han dicho que se puede curar del oído con el tiempo. Hay que esperar, pero si no mejora tendrá que ser operado", apunta su hija.

Casi una semana después del atentado, Lorin reconoce que le da igual cómo se llamen los asesinos. El es adventista y cree tanto en Dios que rechaza el rencor: "No tengo odio hacia esas personas, sólo sé que ni piensan ni sienten. Voy a rezar por ellos, para que Dios les dé sentimientos".

Tras ser entrevistado, de forma espontánea abraza a su mujer durante unos minutos. Después, va a su habitación y trae su reloj. La esfera está rota, y las agujas, paradas en las 7.39. La hora en la que volvió a nacer.