El Rey puede equivocarse, como cualquier ser humano, y de hecho creo que se ha equivocado al abdicar. No en la mayor, que creo acierta, sino en la letra o cláusula menor de la oportunidad del momento. Opino que Juan Carlos de Borbón se ha equivocado en el tiempo, en el hoy.

Porque, ahora mismo, lo que hay en la mente de los españoles no es una enorme satisfacción por el funcionamiento de su país y una inmensa gratitud hacia la Jefatura y altas instancias del Estado, sino una profunda desazón, inquietud, inseguridad, miedo en lo personal y en lo colectivo muy serias dudas sobre la continuidad del sistema.

Hay, además, un desmoronamiento del bipartidismo, encharcado en un lodazal de corrupción y torvamente agitado por una corriente de desafección.

Por otro lado, hay novedades políticas, y no precisamente solidarias con la Corona. Crecen la izquierda y la izquierda radical. Nuevos partidos, pequeños aún, pero susceptibles de crecimiento, cuyo compromiso con la realeza no será el mismo que el de los partidos que pilotaron la Transición.

Tal cúmulo de impresiones y pulsiones populares de hoy escribirán mañana la página de la historia correspondiente a la abdicación de Juan Carlos. Se establecerá en los manuales que el monarca partió por un cúmulo de factores, de la crisis económica al caso Noos, de los elefantes de Bostwana a los resultados de las europeas, de la crisis del Estado autonómico a la declinante salud real. De la misma manera que Adolfo Suárez no abdicó de su democrático cetro por un solo motivo, sino por muy diversas causas, el Rey habría decidido optar por el cambio generacional por una pluralidad de razones.

Doctores tiene la Iglesia, por supuesto, y asesores la Corona, pero yo creo que Juan Carlos debería haber aguantado por lo menos hasta las próximas navidades. Haberse comido el turrón en la Zarzuela, una vez resuelto el contencioso con Mas, en lugar de dejarle el marrón de un referéndum popular (y otros) al príncipe Felipe.

Se va el patrón, en fin, pero, a menos que no sobrevenga una revolución, el barco de la Monarquía seguirá surcando los mares democráticos con nuevo capitán y la misma tripulación que ya lo fletó en los albores de la Transición.

El Rey necesitaba un respiro. El país, respirar.