Jesuita, culto, polémico y pragmático a la vez, Xabier Arzalluz, falleció ayer en Bilbao a los 86 años, fue la figura clave del nacionalismo vasco durante 25 años, en los que pasó de defensor de los pactos con el Estado a apostar por el plan Ibarretxe, un hombre de partido que manejaba los hilos mientras dejaba gobernar a otros.

Arzalluz nació en la Guipúzcoa profunda, en Azkoitia, pueblo euskaldún y religioso, en el seno de una familia carlista. Con esta crianza, sus primeros pasos estaban casi predestinados. A los 10 años ya entró en el seminario de Durango y luego en el de los jesuitas.

Su paso por la compañía de Jesús le concedió una sólida preparación intelectual -abogado, amplió estudios en Alemania y hablaba cinco idiomas-, la base de sus discursos futuros llenos de citas. Dejó los jesuitas en 1967, se casó, tuvo tres hijos y en los últimos años del franquismo dio clases en la universidad de Deusto, enrolado ya en las ejecutivas clandestinas del PNV.

Fue en la transición cuando su figura emergió a la luz pública como portavoz del PNV en las Cortes Constituyentes.

En aquellos años, entre 1977 y 1979, cuajó su relación con los que luego fueron los popes de la política española, desde Adolfo Suárez a Felipe González.

ENEMIGO DE GARAITKOETXEA

Aquel escaño fue el único cargo público que tuvo y lo dejó en 1980 para ser presidente del PNV y patentar la dicotomía que sigue practicando el partido: los cargos del partido y de gobierno son incompatibles. Y manda el partido; el Gobierno gestiona. Esa fue una de las razones de su pugna con Carlos Garaikoetxea, entonces lendakari, que quería el poder. Acabó como el rosario de la aurora, con Garaikoetxea creando la escisión Eusko Alkartasuna.

Fue entonces cuando Arzalluz aguantó el tirón, sostuvo al PNV y se convirtió en su jefe indiscutible durante 15 años. Sus rivales le temían por sus conocimientos, e incluso le tachaban de soberbio, pero sus compañeros de partido precisamente le adoraban por lo mismo, y porque en los mítines se remangaba la camisa hasta el codo, alzaba las manos y enardecía a las masas con su verbo afilado.

Un espectáculo en los mítines, un pragmático en los despachos. Pasó de negociar con Felipe González a lograr un pacto con José María Aznar, entre elogios mutuos que hoy suenan tan lejanos. Y es que durante los años 80 y casi todos los 90 Arzalluz fue un moderado: defendió el espíritu del Arriaga, que reconocía el pluralismo de la sociedad vasca, y el PNV gobernó en Euskadi largos años con el PSE. No faltaron algunas frases polémicas, como aquella de «unos sacuden el árbol y otros recogemos las nueces», en referencia a ETA.

Fue a finales de los 90 cuando Arzalluz, que había apadrinado la subida de Ibarretxe, asumió las tesis de este y apostó por la autodeterminación, lo que le valió convertirse en bestia negra de PP y PSOE.

Tras años muy complicados, dejó finalmente la política en el 2004, apartado por una generación joven. Se retiró un poco desencantado, pero no ejerció ninguna tutela y sus apariciones públicas y sus entrevistas fueron contadas. Se fue de verdad.