toros de: Núñez del Cuvillo. Mal presentados y de nulo aprovechamiento.

EL JULI: ovación y silencio.

PACO UReña: sustituía a José María Manzanares, oreja y ovación tras dos avisos.

JORGE ISIEGAS: Tomaba la alternativa. Oreja y ovación. El toro de la ceremonia se llamó Encendido, número 146, nacido en enero de 2015, de 540 kg.

PRESIDIÓ: Carolina Chaves asesorada por José Mª Gasco y Juan José Salinas.

ENTRADA: Más de tres cuartos.

El zaragozano Jorge Isiegas se convirtió ayer en matador de toros de manos de El Juli y en presencia de Paco Ureña (en sustitución de José María Manzanares).

La ceremonia, un lujo sobre el papel con El Juli y el alicantino pintaba verdaderamente bien.

Mas hete aquí que el domingo pasado, Núñez del Cuvillo no fue capaz de encontrar tres toros que completaran la corrida de Domingo Hernández como se anunció oficialmente de partida. Fueron rechazados. Y los que trajo como sustitutos no llegaron ni a bajar del camión.

Tras estos antecedentes y puestos a conjeturar, uno se imagina que el ganadero cargó la mano para curarse en salud a la hora del reconocimiento y cazó a lazo lo más estrafalario que había en el campo.

Así, por la puerta de chiqueros fueron vomitados cuatro toros cinqueños y hasta uno ¡con seis años!.

Una competición de adefesios en la que es difícil premiar al más contrahecho y fachoso. Por si fuera poco, los animales no paraban de deslizarse, derrapando, a la salida de la suertes. Esa falta de afianzamiento les resta asentamiento a los toros y se contraen, arrugándose, frenando el viaje antes de completar el trayecto natural. Ese deficiente estado del ruedo necesita un remedio.

Los 644 kilos del mastodonte de seis años que hubo de trajinar El Juli en su primer turno fueron un fiasco cantado a pesar de que Ureña le regalara los muslos en un quite de frente por detrás en el que no cedió ni un centímetro. El toraco, medio soltó la cara y casi lo arrolla. Por la inercia, ni siquiera por cabecear defensivamente.

Fue tan asnal que anduvo por ahí cuando El Juli lo sacó a las rayas con la muleta antes de un trasteo sin qué, que terminó con el torero entre o junto a los pitones. O sea.

En el cuarto, el Bernarda Arena era ya un albañal de inmundicias. El toro, a pesar de la lidia cabal de José María Soler (soberbio con el capote) llegó voceando lo que llevaba dentro: poca raza, menos celo y un viaje rebrincado con la cabeza como una devanadera. Cómo sería que El Juli lanzó la muleta con rabia contra las tablas tras despacharlo.

Entre tanto, los ureñistas fueron recompensados a medias. Si con el quinto realizó un todo construido de varias microfaenas sin pegamento entre sí (de ahí su desmesurada extensión avisada por partida doble) en su primero, un toro huidizo y cobardón que terminó a mejor, el de Lorca fue cohetería al comenzar junto a chiqueros con cuatro estatuas que ligó con cinco muletazos a compás.

Aquello parecía que despegaba fuerte pero el toro espabiló y Ureña se volvió espeso. Al final hubo empate entrambos y oreja.

También la obtuvo Jorge Isiegas del toro de su alternativa, un animal sin fuerzas que decía poco ante el que estuvo muy resolutivo y con una templanza sorprendente. No solo fue el qué sino también el cómo. De menos a más, no le pesó la tarde sino que fue a mejor.

La tremenda serendidad y claridad de ideas fue tónica dominante durante toda la función. También cuando sorteó el navajeo al que le sometió un sexto feo, basto y altón que salía rebotado de lo rojo huyendo cagón hacia espacios yermos.

Con la espada lo cazó habilidoso rubricando una muy afortunada jornada en la que sorprendió su capacidad, el tacto al mover las telas y su aplomo.