Los mercados lanzaron fuegos de artificio por el 46% de los votos que obtuvo Jair Bolsonaro. La Bolsa de Sâo Paulo explotó de júbilo. El precio del dólar bajó frente al real, la moneda brasileña. Los analistas económicos parecen dar por hecho su victoria en la segunda vuelta del 28 de octubre ante Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) que llegó al 29%. «El arrastão (arrastre) de la derecha redefine el país», señaló la revista Piauí, y quizá ofreció la mejor imagen de los estremecimientos recientes y por venir. Los habitantes de esta ciudad que se inclinó festivamente hacia el capitán del Ejército en la reserva conocen muy bien el significado de la palabra «arrastão» desde principios de la década del noventa. Así se llamaron las acciones de robo colectivo de dinero, bolsos y otros bienes personales en las playas y calles de Río de Janeiro. De repente, una suerte de estampida humana rodeaba a los turistas que, en medio del desconcierto y un jaleo fugaz, se quedaban sin nada. Ahora, la marabunta es política.

Los 20 días de campaña electoral serán dramáticos. Haddad invocará el peligro fascista y, frente a los moderados y el 20% de brasileños que el domingo no acudieron a las urnas, se presentará como un mal menor. Bolsonaro, en cambio, promete ser fiel a la «prédica tosca y de tonos frecuentemente autoritarios», como la definió Folha de Sâo Paulo en su editorial. «No puedo transformarme en Jairzinho paz y amor. Eso me violenta», dijo ayer, en clara alusión a la imagen de bonhomía y concordia que ofreció Luiz Inácio Lula da Silva en el 2002 cuando ganó por primera vez las elecciones y, no sin ironía, lo bautizaron «Lulinha paz y amor». Por el contrario, Bolsonaro redobló su promesa de «jugar pesado» en cuestiones como la seguridad pública, las privatizaciones y la discusión sobre los «valores familiares».

El candidato del Partido Social Liberal (PSL) aseguró que «una familia no es una mera reunión de gente» y que en ese sentido será inflexible si llega al poder. «No podemos creer que los gais tienen superpoderes».

El Brasil que quiere Bolsonaro se ha plagado de significados. Entre ellos, el escaño de diputado obtenido por Rodrigo Amorim, el responsable de haber destruido en Río de Janeiro una placa en homenaje a Marielle Franco, la legisladora izquierdista cuyo asesinato provocó una conmoción nacional e internacional. Dilma Rousseff no pudo obtener un escaño en el Senado: salió en cuarto lugar. La abogada Janaína Paschoal, quien inició el juicio en su contra, fue elegida diputada estatal con números extraordinarios.

UN «TSUNAMI»

Eduardo Bolsonaro, hijo mayor del capitán en la reserva, se convirtió a su vez en el diputado más votado en la historia de Brasil.

Si el capitán en la reserva no se impuso en la primera vuelta es porque los estados del nordeste, lulistas por excelencia, atenuaron los efectos del «tsunami», como lo describió un comentarista de la cadena televisiva Bandeirantes. Su victoria fue, no obstante, contundente en el 58% de los municipios con mayor calidad de vida. El «arrastão» llegó hasta el mismo Congreso. El PSL tenía solo un escaño y era el de Bolsonaro. A partir del 1 de enero próximo contará con 53 asientos y quedará detrás solo del PT, que perdió 13 escaños y conservará 56.

De acuerdo con O Globo, en los días que queden hasta la nueva votación, Bolsonaro atacará al PT en todos los frentes. Mientras, se le verá casi repuesto del cuchillazo que le asestaron en setiembre. Haddad se aprestaba a viajar a Curutiba, una ciudad que viró por completo a la derecha y que tiene, como si fuera un botín, a Lula encarcelado. Juntos analizarán el sombrío panorama. Saben que tendrán buena parte de los medios de comunicación en contra y que las redes sociales y el whatsapp se han convertido en armas contundentes del bolsonarismo.

El Partido de los Trabajadores vislumbra no obstante un débil hilo de esperanza. Quiere creer que es cierto lo que dijo el politólogo Fernando Bizarro: Bolsonaro ya captó todos los votos posibles y por el alto rechazo que provoca le será difícil conseguir los puntos que le faltan para ser presidente.