El director presentó la semana pasada en la Filmoteca el documental ‘Goodbye Ringo’, que recupera la historia de Esplugas City, un poblado ‘western’ que se convirtió en referente para el género en la década de los 60.

—¿Cómo llega a esta historia?

—Por casualidad, por un amigo cinéfilo que me comentó que había descubierto un actor español que hacía westerns bajo el nombre de George Martin, que en realidad se llamaba Francisco Martínez, nos hizo gracia y lo buscamos a ver quién era. Eso me descubrió un universo gigantesco de producción de películas western que había existido en Barcelona con unos platós inmensos y que habían tenido un espacio mágico, Esplugas City.

—¿Cómo era ese Esplugas City?

—Era un decorado permanente. Primero se hizo una calle con unos 40 edificios. Al principio era la típica calle en forma de F que permitía que no se viera el final, es decir, si querías hacer el plano típico de duelo tenías cubiertos los ángulos del final. Lo que pasó es que se fue ampliando y como las películas del oeste iban a más e iban bien, se añadió una calle con edificios de piedra y también se añadió un pequeño apéndice que era un sector mexicano. En total, llegó a tener unos 50 edificios, algunos eran solo fachada, una madera apuntalada por detrás, y otros eran practicables, en el salón, por ejemplo, se podía entrar dentro y también se rodaba. Los caballos, por ejemplo, se quedaban de verdad en las cuadras.

—¿Cuántos películas se rodaron allí?

—De western se hicieron unas 60 películas entre 1964 y 1972, no todas eran Balcázar porque también alquilaban el sitio a productoras de fuera.

—Un ritmo frenético, ¿no?

—Absolutamente. Si te pones a calcular debían ser más de 10 películas al año mínimo y eso implicaba que había equipos rodando dos o tres películas a la vez o distintos equipos rodando simultáneamente. Mientras unos estaban en el plató haciendo escenas interiores, otros estaban en el poblado y otros en Candasnos rodando exteriores. Se llegó a rodar de día y de noche, no se paraba.

—¿Qué importancia tuvo Aragón para Esplugas City?

—Altísima. Para los Balcázar y otros productores catalanes, el desierto de los Monegros era fantástico porque quedaba cerca, lo cual reducía costes pero a la vez ofrecía un paisaje espectacular que servía a la perfección para hacer escenas de persecución, de cabalgatas, de viajes... Ahí tenían lo más icónico del western, aparte del cowboy, los paisajes. En Candasnos se instaló un rancho, una pequeña construcción permanente.

—¿Se conserva algo en Candasnos?

—No, cuando estuvimos en Candasnos y preguntamos nos dijeron que con el desuso se quedó abandonado y la gente fue llevándose las cosas pero lo que sí queda es el paisaje. Nosotros hicimos el ejercicio de sacar fotogramas de las películas e ir a buscar los montes exactos, los fondos, los planos… fue lo único que conseguimos ver que estaba igual.

—Esplugas City tuvo un final a su altura.

—Después de la decepción de ver que no quedaba nada, el descubrir esta muerte tan romántica del poblado, ser dinamitado, nos dio ese punto de vale, no queda nada pero sí se hizo inmortal incluyendo su final en una película.