Su muestra en el Museo Goya Ibercaja ha marcado un hito. Y volvió a acercarla a Aragón. Sariñense o ciudadana del mundo, es una de las artistas más cotizadas. Pero las cifras que le mueven son otras: las de los miles de visitantes que han ido a ver su obra.

-Con su muestra en el Museo Goya, la primera que hace en Zaragoza y que cumple tres meses abierta, hemos recuperado a Lita Cabellut como referente en Aragón.

-Soy nacida en Sariñena, criada en Barcelona, educada en Holanda... Siempre he tenido un espíritu viajero. Así que soy ciudadana del mundo. Pero lo que se lleva dentro, se lleva dentro. Y las raíces, aunque las cortes, siempre echarán al suelo.

-Y eso se ha notado. Estuvo en la inauguración y después ha vuelto para participar en alguna charla...

-Siempre dije que esta exposición iba a ser para mí un sueño. Algo muy personal, no solo por mi herencia genética, sino por la artística. Estar en un museo dedicado al maestro que me ha dado conciencia de tantas cosas es increíble. De hecho, una de mis obras se va a quedar allí. ¡Imagínate!

-Habla de Goya casi como un oráculo.

-Así lo siento. El nombre de mi exposición, La Victoria del silencio no es cualquier título. Remarca algo importante de Goya: cómo se tragó su grito para dejar conciencia de aquello a lo que tendemos: la brutalidad o la inhumidad. De joven, me encantaba estar en el Museo del Prado, viendo sus pinturas negras durante horas y horas. Eran como clases de ética para mí.

-¿Goya le descubrió el amor por el arte?

-No, fue Rubens, que ahora no es el pintor que más me gusta. Al revés, la primera vez que vi un Goya me di la vuelta. Cuando estaba más preparada, volví a acercarme a Goya y ahí sí me enamoré. De él y de su forma de mirar la sociedad que le tocó que, como la actual, fue un momento de transición, de enfrentamientos y vaivenes. En mi exposición también hay un reflejo de muchos problemas que nos asolan, como la injusticia o la soledad.

-También le oí decir que cada uno de sus cuadros es un autorretrato.

-Un artista solo puede reflejar lo que tiene dentro. Cuando pinto a un dictador, esa parte es mía. Cuando pinto a una víctima, también. Todos los espectros del ser humano están en mí. Otra cosa es cómo los manejo, los llevo o los ignoro.

-Ese proceso emocional que describe suena complicado y doloroso.

-Los artistas buscamos la libertad. Eso solo se consigue cuando uno se responsabiliza de lo que te pasa, lo que te ha pasado y lo que te puede pasar.

-Entiendo que usted no trabaja como artista, sino que lo es.

-Cuando tienes una vocación, no la tienes por horas. El arte es un estado de ser, no un oficio, aunque hay una parte técnica que hay que ganarse con trabajo, disciplina y horas. Una vez dominada la técnica, aparece el arte. Y es la única cosa que conmueve al ser humano, lo transforma.

-¿Qué supone para usted ser una de las pintoras más cotizadas del mundo?

-Con el corazón en el mano, te digo que no me importa nada. El arte está por encima de todo esto. Todo eso es márketing y es una idea colectiva. Mi historia de verdad es mi estudio, mis pinceles y mi equipo, que cada día se deja la piel. Tampoco a mí me impresiona la gente famosa. A mí me impresiona la belleza de la gente. Y, ¿sabes qué más? Que me llamen del museo y me digan que han pasado por mi exposición más de 25.000 personas y que han venido a verla de Albacete o de Sevilla. Esos son los números que valen.

-Cita a su equipo. Siempre pensamos en el del pintor como un trabajo en solitario.

-No, no... ¡Yo tengo un equipo maravilloso! Detrás de cada artista lo hay.

-Me dicen que está un poco cansada de que los periodistas le preguntemos por los capítulos difíciles de su infancia...

-Yo soy muy consciente de ella e intento sacar de ahí algo bonito. Me parece hasta doloroso que se tenga que hablar de mi infancia y que se hable tan poco de una infancia parecida que muchos niños están sufriendo ahora mismo. Es decir, hablemos menos de lo que ya no hace falta y más de aquello que podríamos prevenir.

-Sí hay referencias a sus raíces que hace siempre, a las gitanas. Dice que le gustaría pintar como cantaba Camarón.

-Es que mis dos maestros en el mundo son Goya y Camarón. Los dos me han enseñado a sentir, a pintar y a esculpir. Camarón me ha enseñado que la sangre puede ser ríos negros. Mis raíces tienen algo que ver, seguro. Somos de lo que genéticamente estamos hechos y luego tenemos la suerte del factor externo.

-¿Aragón también está en sus genes?

-A mí esas tierras áridas de Aragón, el viento... ¡Me encanta el viento! ¡Y nunca he sabido por qué me gusta tanto! (risas). Esta es la conciencia de memoria genética que también te hace lo que eres. Aquí hay gente bonita, amplia y cálida... En Aragón tengo mucho, una gran parte mía.