El topónimo karst recibe el nombre de la región de Karst, en Yugoslavia, y con el se hace referencia a las formas de disolución de ciertas rocas por efecto del agua, fundamentalmente yesos. El agua, una vez infiltrada en la tierra, disuelve la roca de yeso y provoca una laberinto de galerías, cavidades, simas, y dolinas --bóvedas derruidas por donde se cuela la luz del sol--, que además de originar un fascinante paisaje subterráneo puede dejar sin apoyo, no sólo las grandes formaciones naturales sino también los cimientos de las construcciones humanas.

Para comprender los procesos erosivos que experimenta el yeso hay que tener en cuenta la naturaleza de este material, más soluble que otros como la caliza. Un ejemplo mucho más conocido es el de la escayola, uno de sus derivados. Ambos se deforman al contacto con el agua y se disuelven, facilitando su arrastre y por tanto variaciones en la masa del subsuelo. Este fenómeno provoca un asentamiento súbito de las capas superiores que se conoce como subsidencia kárstica.

En el caso de la ciudad de Calatayud, asentada sobre una superficie con un inusual contenido yeso, los fenómenos kársticos se acentúan a causa de la importante cantidad de agua subterránea. Una mezcla "explosiva" que atenta contra su urbanización originando basculamientos en la estructura de los edificios que obligan a apuntalar o incluso derruir numerosos inmuebles, como ha sucedido con la casa azul. Además, los cambios de presión motivados por la deformación del subsuelo dañan las redes de abastecimiento y saneamiento del agua provocando constantes roturas de las tuberías, cuyas filtraciones no hacen sino agravar el problema.