Que no cunda el pánico. Si algo caracteriza al ser humano es su enorme capacidad de adaptación. Desde sus orígenes prehistóricos, sin ser la especie más fuerte, más ágil, o más rápida, sin poder volar o nadar como otros animales, ha sido capaz de sobrevivir poniendo la naturaleza a su servicio, adaptándose al medio e incluso moldeándolo de acuerdo con sus necesidades. Por desgracia, no hay que olvidar que, en muchas ocasiones, esa adaptación ha sido irrespetuosa con la naturaleza y gravemente autodestructiva. Hemos perdido la amplitud de consciencia que nos permite darnos cuenta de que también nosotros somos la naturaleza y lo estamos pagando en la actualidad.

En relación con nuestra capacidad de adaptación individual, en estos últimos días, se habla en los medios de comunicación de las dificultades que vamos a tener para abordar el nuevo cambio que supone abandonar el confinamiento. Se escribe sobre un supuesto «síndrome de la caverna» y se plantean multitud de dudas.

Pasadas ya unas cuantas semanas, podemos objetivar que, en general, nos hemos adaptado de forma tremendamente eficiente al reto de recluirnos en casa, dejar de ver a nuestros seres queridos, dejar de practicar nuestras aficiones o abandonar temporalmente nuestro puesto de trabajo. Las estrategias de adaptación han sido infinitas y las redes dan muestra de muchas de ellas.

El verdadero problema adaptativo no radica en nuestra capacidad práctica sino en nuestro enfoque mental. Por lo general, solventamos bien las dificultades del día a día cuando centramos nuestra atención en resolverlas de forma práctica. De esa manera, muchas personas han gestionado su tiempo de forma creativa y útil, adaptando su forma de trabajar, su manera de relacionarse con sus amigos y allegados, sus aficiones. Sin embargo, la cosa cambia cuando irrumpen emociones como el miedo, la rabia o la tristeza, que alejan nuestro foco de la resolución de los problemas concretos. En esos momentos nuestra conducta se ve afectada y el equilibrio puede romperse.

Para mantener a flote nuestra salud mental precisamos del equilibrio entre múltiples esferas. Aquellos aspectos de nuestra vida que nos generan estrés y agotamiento tienen que estar compensados con aquellos que nos satisfacen y nos permiten descansar y cargar las pilas. No obstante, cuando la balanza se descompensa y nuestras vivencias estresantes superan a las satisfactorias, algo habitual en muchos momentos de nuestras vidas, todavía tenemos la capacidad de adaptarnos de diferentes modos.

Por un lado, intentamos ser prácticos y creativos para solucionar nuestros problemas concretos y así mejorar nuestra situación de vida. Eso sería lo ideal, pero, evidentemente, muchas veces no es posible cambiar las circunstancias en un corto plazo, o la realidad nos golpea con desgracias que están fuera de nuestro control. En ese momento es preciso que seamos capaces de aceptar aquello que no podemos cambiar. Esa aceptación, que cada cual ejerce a su manera, nos permite soportar el sufrimiento inevitable y ayuda a no hacerlo más grande.

Aceptación no significa resignación. Seguiremos buscando la forma de solucionar esos problemas, pero intentaremos que aquellas situaciones que no podemos controlar ni cambiar, no agraven nuestro sufrimiento. La falta de aceptación de lo inevitable genera frustración y un enorme sufrimiento añadido.

Los cambios generan incertidumbre, dudas, miedos. Algunos de estos miedos son conscientes y podemos reflexionar sobre ellos, tratando de mitigarlos a través del razonamiento. Otros miedos son irracionales y provienen de procesos inconscientes originados en la angustia más profunda. El miedo es nuestro principal enemigo para los procesos de adaptación, puesto que nos dificulta usar las herramientas que tenemos. No han ayudado los bulos, las críticas desgarradoras basadas muchas de ellas en premisas falsas, las predicciones catastróficas, los enfrentamientos políticos.

Es importante no dejarnos llevar por el miedo. Era importante para afrontar la crisis y lo sigue siendo para dejarla atrás.

Todos hemos experimentado las reacciones de nuestro cuerpo ante los procesos de cambio. Nuestro sistema nervioso se prepara para afrontar las dificultades, para tratar de solventarlas, se activa para dar soluciones. Por ese motivo podemos sentir un mayor grado de nerviosismo, de ansiedad. Nuestro cuerpo funciona así, es su forma de adaptarse y debemos aceptarlo. A partir de ahí, usemos nuestros recursos para llevarlo lo mejor posible. Algunas personas tratarán de entretenerse con sus aficiones, otras harán ejercicios de relajación, meditarán, tomarán hierbas medicinales o fármacos recomendados por sus médicos, otras lo afrontarán sin demasiada dificultad. Claro que habrá personas que sufrirán de mayores niveles de ansiedad y nerviosismo desarrollando verdaderos síndromes clínicos y precisarán de atención psiquiátrica, pero en general, debemos ser conscientes de que somos unos seres con gran capacidad para adaptarnos a lo inesperado.

Aceptación de aquello que no podemos cambiar y creatividad para adaptarnos de forma práctica a las nuevas circunstancias. Las mismas herramientas que nos han ayudado durante el confinamiento, nos ayudarán a abandonarlo.

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