"Cuando empecé en Zaragoza, decías que te ibas a dedicar al cómic y se echaban a reír», contó Carlos Ezquerra en una ocasión. Los tiempos han cambiado a orillas del Ebro. Hoy, cuando los jóvenes autores aragoneses dan sus primeros pasos en la historieta, saben que van a encontrarse con un ecosistema propicio para la creación; quizás no cuenten con una industria fuerte que les garantice un futuro profesional -algo, por otra parte, escaso en otros muchos sectores-, pero por lo menos nadie arqueará las cejas cuando digan eso de «quiero hacer tebeos».

El reconocimiento público a las viñetas en Aragón debe mucho a la figura de Carlos Ezquerra, pionero entre los dibujantes zaragozanos en dar el salto al mercado anglosajón, camino luego seguido por otros grandes como David López, Jesús Saiz o David Daza. Una nueva generación de autores que peleó por hacerse un hueco, y que ahora ve con sana envidia cómo quienes les siguen han encontrado en el Salón del Cómic de Zaragoza un punto de apoyo para su carrera. El Salón, a través de su zona de fanzines y de sus charlas, fomenta la cantera e incentiva que los nuevos talentos -atención a nombres como Laura Rubio o Sara Soler- se aúpen a los hombros de los gigantes.

La clave para que esto funcione está en conectar autores, tebeos y audiencias. Y en eso el modelo participativo del Salón es imbatible. Tras meses de intenso trabajo, la Sala Multiusos se convierte en escenario de una gran fiesta en la que se oye la voz de autores y divulgadores, pero también se agitan las últimas novedades, se dibujan piratas o se cazan ‘pokémones’. Desde frikis con galones a chiquillería que coge por primera vez un lápiz, todo el mundo puede sentir el Salón como propio.

Hay que perseverar pero, gracias al impulso del Salón, de los aficionados y de una aguerrida troupe de activistas de la viñeta, Zaragoza está más cerca que nunca de convertirse en una ciudad de referencia para el cómic español y, por qué no, internacional. Quién lo diría, Carlos.