Más de 10.000 kilómetros separan España de Japón. Una distancia tremenda, pero engañosa. Para quien no esté familiarizado mínimamente con la cultura japonesa, aquello es otro planeta. Y sin embargo... ¡Estamos tan cerca! La sociedad rural nipona tiene asombrosos paralelismos con la española. Sin ir más lejos, allí la despoblación es un problema tan o más grave que en Aragón.

En Nagoro, una minúscula población enclavada entre las montañas al oeste del archipiélago nipón, a más de 500 kilómetros de Tokio, la señora Tsukimi Ayano decidió usar la imaginación contra la tristeza de la soledad. Ahora solo viven 27 vecinos en esta localidad -y el más joven tiene 55 años-, frente a los 300 que tenía cuando esta mujer era niña; la escuela cerró hace ya casi una década. La señora Ayano, a sus 69 años, se dedica a fabricar y colocar por las calles del pueblo muñecas, cada una con un atuendo diferente, para simular algo vida en este rincón dejado de la mano de las administraciones.

En Japón, como ocurrió en España, el campo se vació en los años 60. ¿Quién quiere quedarse a labrar la tierra -allí, a cultivar arroz-, pudiendo caminar entre los neones de Tokio? En torno a este fenómeno hay multitud de obras de ficción; quizás la más cruda de entre las publicadas en España sea Pescadores de medianoche, de Yoshihiro Tatsumi (Gallo Nero Ediciones, 2018), pero se puede rastrear en otras como la divertida Maison Ikkoku, de Rumiko Takahashi (obra trágicamente descatalogada en nuestro país), donde el protagonista no tiene ninguna intención de volver a la casa paterna tras acabar sus estudios en la capital.

Al igual que en nuestro agro, el fenómeno de la despoblación no se ha detenido en Japón, y tiene un componente más sociológico que económico. Uno de los mayores éxitos de la animación japonesa de la última década -fue el filme más taquillero en el país el año de su estreno- es Your name. (Makoto Shinkai, 2016). En esta preciosa historia de vidas cruzadas, con componente fantástico, la chica, una adolescente que vive en el campo en el seno de una familia muy tradicional, sueña con ser un estudiante en Tokio, disfrutar de sus cafeterías y del bullicio de sus calles...

La urbe ofrece un horizonte de emociones y oportunidades frente al que el pueblo no puede competir. O eso parece. Porque el chico de esta historia, con quien se intercambia mágicamente la muchacha, descubre en la aldea de ella el encanto de la vida rural y la poderosa raigambre telúrica de la tradición (no una tradición exclusiva, como algunos quieren entenderla hoy, sino en un amplio sentido de relación intuitiva con el medio ambiente y la historia).

Los protagonistas de Your name. pugnan por recordar sus nombres: una excelente metáfora de cómo hoy no nombrar es condenar a la desaparición. Por eso hay que insistir en recordar los nombres de nuestros pueblos.

¿Puede la cultura, por sí sola, detener la despoblación? Probablemente, no. Pero por estos lares deberíamos tomar nota de cómo en Japón, quizás por la nostalgia de quien habita ya en la colmena digital, prestan atención y mimo en sus ficciones al mundo rural, su costumbres y su naturaleza. Soñamos con los robots y estamos más cerca de llenar nuestros pueblos con muñecos de trapo.