Pilar es, ante todo, una mujer discreta, muy discreta. Es guapa, inteligente, simpática, culta y, sobre todo, agradable. Muy agradable. Tiene un buen trabajo y, cuando termina su jornada, a veces se va de tiendas o a pasear. En otras ocasiones queda con amigas para tomar un café y charlar. Sus amigas hablan mucho, hablan sin parar. Pilar las escucha atentamente y las comprende. Ella habla mucho menos. Casi nunca le piden su opinión. Curiosamente ni amigos ni familiares pueden quedar con ella los sábados por la tarde. Tampoco los sábados por la noche. Como Pilar es una mujer muy discreta no da ninguna explicación al respecto.

Cada cierto tiempo hay reuniones en su trabajo. Toman asiento frente a mesas largas y brillantes y, los poderosos ejecutivos, exponen sesudas disertaciones y planifican los quehaceres de cada departamento. Admiten comentarios y, a veces, solicitan opiniones. A Pilar nunca le preguntan. También cada poco tiempo, hay una boda, un cumpleaños o una celebración importante. En la mesa donde se sienta Pilar siempre hay un bromista, varias personas que hablan por los codos, algún amargado o alguien muy serio. Como Pilar es tan discreta y tan agradable a todos les cae bien. También porque sabe escuchar y habla poco. Pero no suelen pedirle opinión.

Hay personas a las que les encanta hablar. Sabrán mucho o poco, pero les encanta. Se sienten reyes rodeados de súbditos. Quien sabe poco, habla y avasalla. No da lugar a réplica. Quien sabe mucho, habla y se gusta. Admira su tono de voz, sus pausas, sus cambios de entonación, su mirada fija en los interlocutores. A estos personajes tan locuaces siempre se les pide su opinión. A Pilar, no. Es demasiado discreta. Prefiere callar, prefiere escuchar. Sabe cinco idiomas, es guapa, inteligente, culta y tiene una memoria prodigiosa.

Y ¿qué hace Pilar los sábados por la tarde? He decidido averiguarlo, así que, me cuelo en su jardín y me acerco al gran ventanal. Como todavía es invierno y hace mucho frío, voy protegido con mi abrigo, mi sombrero y mis guantes. Me quito el sombrero y pego mi rostro al cristal tras quitarle una capa de vaho. Veo un gran salón lleno de alfombras y de sillones. Me llama la atención que haya tanto sillones. También hay unas cuantas sillas. Casi todos estos asientos están colocados frente a una chimenea ya encendida. De una de las paredes del salón empiezan a surgir sombras. Son figuras humanas y, conforme van tomando asiento, surgen colores, luego rostros, cuerpos, piernas, manos y… empiezo a reconocerlas: Cervantes, Lope de Vega, Charles Dickens, Oscar Wilde, Alejandro Dumas… También distingo a Gandhi, sentado en una alfombra; a su lado el larguirucho Abraham Lincoln, éste en una silla de alto respaldo… Veo también a Da Vinci mostrando algo a Van Gogh. Bethoven permanece serio sentado junto al fuego. En ese momento se abre la puerta acristalada del salón y entra Pilar. Mientras se dirige a uno de los sillones la van saludando cariñosamente. Comienza una interesante y animada conversación. Hablan y escuchan. Pilar habla bastante. No hacen más que pedirle su opinión.