Creo que no soy la única en la sala que a veces piensa que ha nacido en la época equivocada. No me malinterpretéis, me encanta esta época y me siento hasta afortunada cuando tengo la oportunidad de hablar con mis padres o mis abuelos. Pero la verdad es que en cuanto a gustos, parece que no encajo por aquí. Y será porque desde bien pequeña la banda sonora en mi casa fue la compuesta por Queen, Dire Straits o los Rolling. Crecí con el rock de los setenta y los ochenta. A los quince años adoraba a Janis Joplin y a Slash, y mi MP3 estaba repleto de canciones con un rasgueo de guitarra como principal protagonista.

Así que imaginaos mi cara cuando vi que Bryan Singer iba a hacer una adaptación cinematográfica de la vida de Mercury que se llamaría Bohemian Rhapsody. Sé que han pasado unas cuantas semanas desde que se estrenó, pero por unas cosas o por otras no he podido ir a verla hasta hace un par de días. Cogí a mi madre (gran fan, por supuesto) y nos plantamos a los pies de Rami Malek dispuestas a pasar dos horas como niñas pequeñas. Y así fue, ya desde el primer momento pudimos ver a un Freddy Mercury bien conseguido dentro de los rasgos de Malek. Pero no solo los rasgos: los gestos, los movimientos, el aura de Mercury se podía ver en cada escena.

Yo no sé lo que me esperaba, sinceramente, y esto me pasa por no ver los trailers. No soy amiga de los resúmenes, así que los evito a toda costa para que mi sorpresa al ver las películas sea total (para bien o para mal). Pero sí que me esperaba un poco más de morbo. Pensé que su homosexualidad y su enfermedad serían lo principal de esta película, cosa que me hubiera cabreado bastante. Por suerte, no fue así. Lo importante aquí es la música, la banda. Cómo se crea Queen, cómo crece y cómo se convirtió en lo que hoy en día todavía es.

Sé que hay imprecisiones, sé que la película no es fiel al cien por cien. Sé que la banda no se formó como se cuenta en la peli, ni se separaron por los motivos que dice, ni siquiera es fiel en cuanto a cómo Mercury contó lo de su enfermedad a su grupo. Pero, sinceramente, me da lo mismo. Esto no es un documental, es una película basada en su vida. Y es normal que hayan edulcorado ciertas cosas o cambiado otras tantas para mantener al espectador pegado a la pantalla. Por lo menos conmigo lo consiguieron. Lo que sí me apenó un poco fue que se centrara tanto en su Love of my life, Mary, y no en su verdadero amor que le apoyó hasta el último momento. Pero en fin, también ha sido muy bonito ver cómo se creó esa icónica canción y qué sentido tuvo para la vida de Mercury.

Porque sí, aquí lo importante es la música. Ver cómo Freddy comenzaba a tocar los primeros acordes de Bohemian Rhapsody estando tirado en la cama y teniendo el piano como cabecero, cómo el bajista comenzó el pegadizo ritmo de Another one bites the dust o cómo al batería se le ocurrió la loca idea de vestir a Mercury de mujer y ponerle a bailar con un aspirador al ritmo de I want to break free. Increíble. Y os juro que en el último momento, cuando llega ese esperado concierto de Wembley que todo el patio de butacas está esperando ansiosamente, empecé a llorar sin poder parar. Y no lo hice por pena, ni siquiera por estar pensando que una estrella como Mercury ya jamás podrá dar un concierto como aquel, sino por la emoción que el protagonista consiguió transmitirme, trasladándome de inmediato a esos momentos en los que mi MP3 era mi refugio y donde me veía a mí misma cantando Somebody to love como si nada más importara en el mundo.