Es evidente que esta terrible crisis está cambiando muchas cosas, tanto en la política como en la economía y la sociedad, y también en las relaciones sociales y personales, bruscamente alteradas durante el estado de alarma.

Uno de esos cambios puede afectar de manera muy perjudicial a la Unión Europea (UE), porque si algo ha puesto de manifiesto esta crisis es que la palabrería vana y recurrente que usaban algunos políticos pseudoeuropeistas era retórica vacía y mendaz. La gestión de la UE ante la pandemia ha sido, y sigue siendo, escandalosa. Ha bastado con un tremendo meneo de la economía para destapar la gran mentira y la hipocresía de muchos dirigentes europeos. Asustados como conejos (la cobardía de la mayoría de los políticos actuales es un signo que los identifica), se han parapetado de nuevo en el rancio recurso a los «intereses nacionales», y cada Gobierno de cada país de la UE ha establecido su propio plan de choque para paliar la crisis, al margen de los demás. Así, con posturas nacionalistas de nuevo cuño, la política común europea ha saltado hecha añicos y buena parte de lo conseguido desde el tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992, se ha ido a tomar por el saco.

Gestionar una época de bonanza lo puede hacer hasta el más inútil, pero los buenos políticos se testan en las malas situaciones. Demostrar temple, valentía, coraje y ejemplaridad en tiempos difíciles es propio de unos pocos; y visto lo que hay, no parece que haya alguien en la UE capaz de ejercer el liderazgo que se necesita para superar esta situación.

Todos los políticos con mando en los gobiernos de la UE se han comportado como recalcitrantes nacionalistas, es decir, egoístas, pacatos e insolidarios. Cada uno de ellos ha ido a intentar salvar su puesto, cambiando de opinión y de medidas sobre la marcha, con una preocupante falta de sentido de la responsabilidad.

Así, Holanda, un indecente paraíso fiscal, veta medidas económicas para paliar la crisis de países como España o Italia; España pone en cuarentena a los viajeros que vengan de otros países, y, como respuesta, Francia hace lo mismo con los españoles que viajen a ese país. Y así casi todo.

El paso siguiente es que cada gobierno se lleve a su territorio las fábricas que dependan de sus empresas nacionales, y así entrar en una espiral de nacionalismo autárquico que no hará sino acentuar la crisis económica, la insolidaridad y el oportunismo político.

De suceder así, la UE ya puede darse por finiquitada. Algunos están en ello.