Los diputados que sientan plaza en el palacio de la Aljafería son gentes muy bien habladas cuyos discursos emocionan, convencen y casi siempre nos duermen. Con excepciones, por supuesto. Maestros de la lengua española, acaso por aquello de defender inmarcesibles valores patrios, se han negado a aprobar una resolución cuyo exclusivo sentido consistía en posibilitar que los niños aragoneses puedan expresarse, tal y como vienen los tiempos, en varios idiomas. En primer lugar el español (tal vez, ¿no estaría de más atender la sensibilidad catalanoparlante y el interés por las hablas locales allá donde el poso cultural sigue vivo?). Acto seguido la lengua del Imperio (muchas gracias, señores Bush y Blair). Y como Aragón linda al norte con el Reino Unido, Manhattan y las Islas Caimán, no debería sonar a desatino o exceso recabar que la lengua francesa tuviera el peso específico que exige la relación histórica y fronteriza de la que tan orgullosos y esperanzados nos sentimos. Muchas comunicaciones, mucho Canfranero, Vignemale, intereses económicos e industriales, pero el vehículo fundamental, la lengua, aparcado ad eternum. Tal vez porque sus señorías son políglotas o no viajan.

*Profesor de Universidad