Hablar de las relaciones de amor-odio en la política internacional es arriesgado porque han de ser los intereses, y nunca los sentimientos, los que prevalezcan en cualquier análisis. No se debe adoptar la decisión de ir a la guerra por simpatía hacia Bush ni se debe dejar de ir por simple añoranza de la vieja Europa. Hay razones de intereses y, sobre todo éticas para adoptar la decisión mejor y la más equilibrada, que siempre será la paz. En nuestro país la manía a los norteamericanos es tan extendida como difusa, pero con una especial relación amor-odio, ya que hasta las gentes más progresistas, cuando tienen dinero, envían a sus hijos a estudiar a EEUU. Por otro lado, a cualquier político español le gusta que los norteamericanos le pasen la mano por el lomo: no es una exclusiva de Aznar el buscar glorias con los políticos norteamericanos. Pero existe algún estereotipo de norteamericano que constituye un modelo mitificado a quien todo se le perdona y a quien casi todos quieren emular. Es el caso de Kennedy. Clinton estuvo a punto de lograr la misma gloria, pero Bush, sin embargo, parece condenado a sufrir el rechazo masivo de los españoles aunque no de su Gobierno. *Periodista