La sonrisa compartida es la mayor empatía que se pueda dar entre humanos con menor esfuerzo comunicativo. La confianza es el resultado de la empatía y de ahí se llega a la sinceridad y el apoyo mutuo. Esta ecuación emocional, de apariencia sencilla aunque enormemente compleja, forma parte de nuestro acontecer diario. Su resolución, o no, representa el mayor número de conflictos personales y psicológicos que pueden requerir el apoyo profesional a través de una psicoterapia. Algo muy útil para el bienestar y el equilibrio emocional, es decir para nuestra salud. Socialmente hablamos mucho más de la simpatía y de la antipatía. Pero muy poco de la empatía. Una palabra que significa, ante todo, identificación. Puede ser con algo o con alguien. Es mucho más difícil empatizar que simpatizar. Es más, cuando se intenta empatizar de forma hipócrita se desemboca en la antipatía, rápida e irremediablemente. Lo que funciona en la vida transcurre de la misma manera en la política. La crisis en los modelos de representación ciudadana tiene mucho que ver con esto.

El fracaso de los nuevos partidos políticos que surgieron para hacer frente a lo anterior también. Muchos dirigentes públicos y sus formaciones, se hicieron antipáticos a fuerza de tomar decisiones poco simpáticas. Aznar nos llevó a la guerra y claro, hoy dice que quien tenga lo que producen las hembras de las aves, que le llame cobarde. Pero mintió tras los atentados de Atocha y su antipatía le sacó de La Moncloa. Luego Zapatero quiso ser tan simpático, en modo colega, que acabó adoptando su fisonomía a la de Mr. Bean. Pero cuando tuvo que tragar con los recortes de Bruselas, para salvar o salvarnos el pellejo, quedó patente que pocos votantes le comprarían de nuevo un voto usado. Luego llegó Rajoy, al que le funcionó unos años el modelo Bienvenido Mr. Chance. Nunca un presidente de España estuvo tanto en el poder compitiendo con el simplismo inocente de Peter Sellers en la película de Hal Sabih. La simpatía alelada de don Mariano le concedió respaldo hasta que descubrimos que ejercía de colega poco despierto con las estampitas de Bárcenas.

Los nuevos liderazgos se han forjado más por antipatía que por simpatía. Los votos contra la casta, de Podemos, se nutren más de confrontar que de sumar. Legítimo pero da para quitar a otros y no para ganar por uno mismo. Si además extiendes la antipatía a tus cercanos, e incluso los abroncas adoptando el modelo Anguita, el fracaso está asegurado. Rivera, desde Ciudadanos, quiere ser muy simpático para la derecha a fuerza de ser muy antipático con Pedro Sánchez. Tan simpáticos son en las derechas entre sí, que si hay algo que resulta poco empático con el electorado es que sean tan antipácticos. Especialmente cuando se reparten con tanta premura los ministerios con Casado. Será que en la venta anticipada están más baratos. Parece que la derecha no aprende de la gloriosa rueda de prensa de Pablo Iglesias, tras reunirse con el Rey en enero del 2016, anunciando el futuro Gobierno de España en el que se proponía, él mismo, como vicepresidente. El actual presidente, Pedro Sánchez, lo es gracias a la simpatía de la militancia frente a la antipatía hacia los dirigentes que lo defenestraron. Pero para ganar en las urnas la clave está en la empatía. En una atmósfera de confrontación emocional la victoria no será del más simpático. No podemos calificar a Trump, Salvini y Bolsonaro como simpáticos precisamente. Ellos han convertido, transitoriamente, la antipatía en empatía. Han sabido conectar con las emociones de muchos votantes que en nada simpatizan con el actual modelo de representación. Y, sobre todo, han transformado la antipatía personal hacia su propia situación de precariedad económica y laboral en empatía de simbiosis con la que se retroalimentan votantes y votados. Así lo verbaliza, con otras palabras, Steve Bannon, exasesor de Trump que hoy está articulando, con ese diseño, la nueva internacional populista de extrema derecha que cuenta con el apoyo globalizador de la estrategia informativa de Breitbart News.

La simpatía y la antipatía, como hemos visto, pueden hacer ganar y perder elecciones. Pero si queremos fortalecer un sistema social democrático necesitamos una política empática que sintonice con la ciudadanía. La fórmula es sencilla y se explica con cuatro palabras: sencillez, honradez, eficacia y cercanía. Esto es empatía política. Los partidos no necesitan solo a militantes, simpatizantes y votantes. Lo que de verdad necesitan son empatizantes. En una campaña electoral como la que vivimos, llena de emociones confrontadas, la victoria será de quien sepa conectar, no solo de quien sepa comunicar. Eso es empatía. H *Psicólogo y escritor