La progresiva desaparición-total o parcial- de los viejos modelos políticos, sociales, económicos y culturales, ha provocado su disgregación en partes separadas. Algunas de las cuales, pugnan por sobrevivir autónomamente. Da la impresión de que, en el mundo, en nuestra sociedad, cada parte, las ideas, los conceptos, los problemas, los asuntos cotidianos, las materias que son objeto de debate: nada está ya interrelacionado. Cada asunto se trata como si fuera único. Prima la verticalidad sobre la transversalidad. Cada grupo de interesados defiende lo suyo, sin preocuparse de conocer las conexiones entre todos los elementos del conjunto. Nadie se siente parte de un todo. La sociedad se llena de especialistas en cuestiones concretas que no ven lo que tienen más próximo. Falla la perspectiva general y, en consecuencia, también las sinergias. Generalistas que ejerzan como tales, parecen no existir.

Somos incapaces de completar el puzle: cada pieza por su lado, sin espacio específico que ocupar. Así nunca conoceremos la imagen final que aparecería una vez ensamblado el rompecabezas en su totalidad: la imagen del nuevo modelo que buscamos. En lugar de aproximar entre sí cada pieza, optamos por enfrentarlas o excluirlas, evitando la relación mutua. Por ejemplo, no se puede entender la despoblación sin relacionar adecuadamente el mundo rural y urbano, sin confrontarlos. Ni evaluar el concepto general de educación, enfrentando a la pública con la concertada. Ni se puede considerar el medio ambiente, sin las ciencias. Ni el empleo sin las empresas. Ni los impuestos sin los gastos sociales. Sin embargo, cada pieza del puzle es una isla donde los robinsones de turno procuran salvarse en solitario. En cuestión de ideas somos un archipiélago, pudiendo ser una península, un conjunto bien trabado y sólido.

En el campo de las ideologías clásicas, para unos, prima la libertad individual sobre la igualdad; para otros, lo contrario. Se echan de menos algunas dosis de solidaridad, de tolerancia, que hagan posible la suma de la libertad y de la igualdad, como conceptos complementarios.

No podemos exigir a los especialistas -que solo se ocupan de asuntos parciales- que se esfuercen por demostrar una cierta visión de conjunto. (Salvo que en la escuela empecemos a formar generalistas, además de especialistas). Pero sí deberíamos reclamar a los políticos que se esfuercen por trepar a la loma más cercana y oteen el panorama bajo sus pies. Es lo que, con razón, se llama altura de miras. Desde su altozano, verán pulular a multitud de individuos o grupos, sin líderes, y sin saber hacia donde dirigirse, desorientados. Solo se ocupan de lo que les interesa, como individuos o como tribu.

Cada uno de los problemas actuales tiene defensores en exclusiva que actúan como guerrilleros locales. Cuando lo cierto es que debería imponerse la idea de que el conjunto de los problemas reclama soluciones conjuntas. Solo así acertaremos con el modelo adecuado. Lo que otros denominan paradigma.

Son los políticos -responsables últimos del modelo- quienes, apoyados por pensadores, científicos y líderes sociales, deberían asumir el compromiso de colocar cada problema en su lugar, sin deshacer ninguna de las partes del puzle. Para ello, es preciso convertir a los políticos en líderes. Porque no hay nada más inútil que un político sin liderazgo. Si, además, aceptamos que los líderes nacen y no se hacen, las dificultades son mayores.

Cuando un país tiene la fortuna de dar con un par de líderes (mejor si son tres) -con sentido de estado, generosos y con respaldo popular-, tiene resueltos casi todos los problemas. Ojalá los españoles los encontremos algún día, como los hallamos en el tiempo de la Transición. Hasta que eso suceda deberemos seguir dando vueltas al caleidoscopio, alternando la derecha y la izquierda, hasta que aparezca -por casualidad- la imagen que buscamos. En el caso de saber lo que realmente tratamos de encontrar.