La guerra de Irak ha degenerado en una pesadilla. Los proyectos de reconstrucción y democracia que proclamó Bush como objetivo de la intervención armada se hunden ante las constantes pruebas fotográficas de agresiones de todo tipo infligidas por ocupantes de EEUU a los prisioneros. Pero también por los fracasos políticos y por el odio antiamericano y antioccidental que se multiplica sin cesar.

Por lo menos crece la mala conciencia de los estadounidenses ante lo que han desencadenado sus políticos y sus militares. Pero, en estas circunstancias, Bush pretende prorrogar la inmunidad de sus soldados ante el Tribunal Penal Internacional (TPI) si tuvieran que actuar como cascos azules de la ONU. Reclama eso porque en Washington avanza la tesis de que la salida menos deshonrosa a su problema es que la ONU asuma la responsabilidad sobre Irak, aunque siguiendo las pautas estratégicas y operativas dictadas por el Pentágono.

Y para esa posibilidad, Bush quiere que si sus soldados continúan haciendo en nombre de las Naciones Unidas las cosas indignas que ya llevan a sus espaldas, no tengan que responder ante tribunales internacionales. Otra vergüenza.