Para desesperación de muchos padres de la Ciencia (sean físicos o astrónomos) y de algunos padres de la Iglesia Católica (especialmente los que se toman más a pecho su ministerio), la Astrología mantiene bajo su influencia, en mayor o menor grado, a millones de personas. La gente lee el Horóscopo de los diarios y las revistas, se autoanaliza con manuales sobre las características de cada signo e incluso paga a expertos que fabrican cartas astrales a medida. No es la única superchería que sobrevive con éxito en esta sociedad supuestamente dominada por la lógica del racionalismo materialista y por el influjo de las tecnologías más avanzadas. Hay quiromantes, adivinos, echadores de cartas... y ministros de los diversos cultos religiosos que te venden canales de comunicación directa con Dios (por supuesto el único verdadero).

Sabemos que todas estas mistificaciones carecen de fundamentos científicos, pero las utilizamos para combatir la inseguridad y el miedo a la libertad o simplemente para divertirnos. De la misma forma, numerosas interpretaciones míticas del pasado más remoto están envueltas en el absurdo halo de las supercherías. Por ejemplo, y a despecho de que los arqueólogos tengan perfectas y demostradas explicaciones sobre la forma en que se construyeron las pirámides de Egipto, las ciudadelas incas o las acrópolis de piedra de Zimbabwe, siempre aparecen inventores de historias que desarrollan sugestivas y descabelladas teorías sobre los atlantes, la llegada de los egipcios y/o fenicios a la América precolombina o algún supuesto desembarco de extraterrestres.

TODO ESTO no es tan inocente como pudiera pensarse. La persistente tesis de que las civilizaciones paleoamericanas o africanas más sofisticadas habrían sido creadas por extranjeros llegados de otro mundo tienen su origen en un obvio deseo de sugerir que los indios o los negros no podían haber levantado por sí solos los palenques mayas o las ciudades del oro y del cobre halladas en el interior de Africa ni trazado las líneas de Nazca en el desierto del sur de Perú.

Pero las supercherías que se alzan ahora mismo ante nuestros ojos, y que amenazan con cosechar un notable éxito, todavía resultan menos inocuas. La invasión traumática de Irak y sus desastrosos efectos posteriores está siendo justificada con aparente éxito por sus autores políticos (con Bush a la cabeza). Y éste es un buen ejemplo de tremebunda superchería posmoderna. La pasada semana se conoció el último informe oficial de los inspectores norteamericanos desplazados a Irak durante la ocupación. Veredicto: Sadam no tenía armas de destrucción masiva (eso ya lo sabía cualquier persona bien informada, pero ahora es verdad revelada ). Nada ha cambiado sin embargo en los mensajes de los republicanos estadounidenses. "Es cierto que en Irak no había ese tipo de armas --reconocen--, pero tenían la intención de fabricarlas". He aquí la cuadratura del círculo: la guerra preventiva ha dado un paso crucial, porque ahora se admite que tal tipo de ataques anticipatorios ya no estarán justificados por una presunta amenaza, sino por la mera posibilidad de que alguien tenga la intención de materializar dicha amenaza... ¡si algún día puede hacerlo! Todo esto constituye una absoluta violación de las normas más básicas contenidas en la Carta de la ONU; sin embargo millones de estadounidenses todavía piensan que la doctrina Bush es tan cierta como la Biblia.

SUPERCHERIAS para explicar la inaudita existencia del Estado de Israel; para justificar la dicotomía terminológica que permite considerar un crimen terrorista (con toda razón) la muerte de niños en Beslan, pero que califica de simple operación militar el asesinato en bombardeos (judíos o norteamericanos) de niños palestinos o iraquíes; para calmar las conciencias de las gentes ante la destrucción sistemática del medio ambiente (lo que también horroriza a los científicos que estudian los efectos del cambio climático); para mantener un reparto de la riqueza absolutamente desigual en un Planeta que se está convirtiendo en una bomba demográfica... Es increíble que ocurra todo esto; pero ocurre.

En España, qué quieren que les diga, tenemos una notable resistencia a comulgar con ruedas de molino. Por eso espero que no cuaje el intento de explicar con una nube de supercherías manifiestas la desdichada actitud del Gobierno Aznar antes y después del 11-M, o que queden definitivamente en ridículo los argumentos de quienes todavía afirman en las tertulias de las radios del Movimiento que, fíjense ustedes, hemos perdido el apoyo de los supuestamente generosos Estados Unidos para volver al regazo de las rácanas Francia y Alemania. Craso error de Zapatero porque los yanquis, dicen estos mendas, nos ayudaron en la reconquista de Perejil y nos han abierto las puertas de su mercado de transgénicos, mientras que los gabachos y los teutones, aparte de ayudarnos a detener a los dirigentes de ETA y aportarnos a través de la UE un billón de antiguas pesetas al año, ¿qué nos han dado? Este es el tema.