L a palabra dada, la obligación contraída voluntariamente es un compromiso. La persona en quien otros han delegado la resolución de alguna cuestión o problema, y han elegido para que les represente, se denomina y es, un compromisario. Tengo aún la retina dañada y mis oídos conservan el chirriar de un juramento o promesa hecho por algunos «compromisarios», que representaban a sus electores y utilizaban las normas que facilita la democracia, en bochornosas sesiones parlamentarias, y municipales, que si nadie lo remedia se repetirán en los parlamentos regionales. Ofensa, que en mi opinión, traspaso los límites de todas las normas incluidas las de educación.

Si honestidad se traduce como respeto, responsabilidad y congruencia, lealtad y pudor público, la situación actual en que nos encontramos, de pactos, no debe convertirse en pastos de sillones con desprecio total a los principios democráticos.

Ser compromisario, debe acompañarse, de educación ciudadana extrema y respetuosa modestia con los demás; intachable y disciplinada responsabilidad, firme en sus actos, con la esperanza de que sus acciones serán las adecuadas de acuerdo con normas de moralidad, equilibrio y justicia. También debe saber condenar todos los actos que puedan atentar contra esa integridad moral, tratos inhumanos de tortura o penas crueles. Desgraciadamente unas veces por comodidad, otras por cobardía, frecuentemente adornadas por la ignorancia y los intereses personales o de partido determinan graves deterioros de la honradez personal de algunos, y la calidad democrática de su grupo.

Es bueno elegir compromisarios adecuados. No me refiero a la élite social, sino a la íntegra, correcta, y ante todo defensora de las injusticias, con autoridad moral, cultural y social para decidir y resolver cuestiones vinculadas a la integración en la convivencia que marca la sociedad actual, sin que sus pensamientos personales, ideas políticas y creencias religiosas, afecten a su comportamiento. Solo así nos volveremos a sentir orgullosos del talento, cultura, generosidad e integridad moral de nuestros políticos.

*Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza