La clave del confinamiento en casa, excepto en los casos de necesidad o de urgencia previstos en el decreto de estado de alarma, subyace en la propia responsabilidad de los ciudadanos. Las campañas institucionales así lo recalcan. No se trata solo de quedarse en casa como medida de protección individual sino, especialmente, con la intención de contribuir a que la epidemia del coronavirus no se extienda exponencialmente y llegue cuanto antes a unos niveles de detención del crecimiento en los que se haya ralentizado la transmisión para permitir el descenso de la curva de infecciones y evitar el colapso sanitario.

El confinamiento, una responsabilidad individual que procura por el bien común, mayoritaria en la sociedad, con todos los inconvenientes físicos y psicológicos que conlleva, lamentablemente debe apoyarse a veces en la coacción de la fuerzas del orden, porque no todo el mundo asume este deber solidario. Casos como el paseo de un perro a tres kilómetros de distancia de la vivienda, como la esperpéntica imagen de un vecino con una cabra como animal de compañía, o como el hombre de Figueras que se excusó porque iba a realizar «un servicio sexual a domicilio», dan idea de las argucias para saltarse la norma.

Este fin de semana, que se presenta crítico en la lucha contra la epidemia, la policía tiene previstos numerosos controles en las carreteras para evitar el traslado a segundas residencias, un ejercicio de egoísmo que debe combatirse con dureza. Ya ayer por la tarde, la DGT alertó de densidad de tráfico en las salidas de Barcelona, Madrid y otras grandes ciudades, señal de la falta de concienciación de una parte de la sociedad. El endurecimiento de la reclusión en casa no es descartable en un futuro, en función de las circunstancias, pero antes, como mínimo, debe exigirse al conjunto de la ciudadanía el cumplimiento de lo hasta ahora estipulado. Por conciencia social, por un deber ético.