Comparar guerras civiles y políticas de memoria puede ayudar a la España actual a buscar un camino con la memoria de nuestra guerra civil.

Las guerras civiles son las peores de todas las guerras, dividen a familias, territorios, crean desconfianza y nunca terminan del todo. Tienen que pasar cien años, morirse sus protagonistas y sus hijos para que la cicatriz comience a cerrarse definitivamente.

Ocho guerras civiles asolaron Francia a finales del siglo XVI. Protestantes y católicos lucharon durante años por su fe. El conflicto fue brutal y su punto culminante fue la Noche de San Bartolomé, una enorme matanza de población civil protestante. Enrique IV renunció a su fe protestante abrazando el catolicismo para tomar la capital defendida por la Liga Católica (recordemos su «París bien vale una misa»). El Edicto de Nantes (1598) fue el decreto pacificador del país: «Que la memoria de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros (…) queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. No será posible (…) a ninguna otra persona pública o privada, en ningún tiempo, ni lugar, (…) el hacer mención de ello, ni procesar o perseguir en ninguna corte o jurisdicción a nadie.» Es decir, se establece el olvido por decreto, y es una ley de amnistía y punto final. Enrique IV fue un rey muy popular, pero fue asesinado por un fanático católico. La Revocación del Edicto de Nantes por sus sucesores supuso el exilio de 200.000 protestantes franceses. ¿Cuándo terminó realmente esta guerra civil? Cien años después la Ilustración creó el clima de respeto y tolerancia que hicieron posible la convivencia religiosa, y la Revolución Francesa la confirmó.

La guerra civil estadounidense (1861-1865) se produjo en una joven nación basada en la tolerancia religiosa y los ideales ilustrados. Los estados del Norte eran industriales, comerciales y capitalistas, mientras los estados del Sur eran agrarios, aristocráticos y esclavistas. El detonante del conflicto fue la esclavitud.

La guerra entre la Unión norteña y la Confederación sureña dejó 600.000 muertos. El Norte logró imponerse y abolir la esclavitud. Quizá Lincoln hubiese llevado a cabo una política de reconciliación y apaciguamiento, pero fue asesinado, y llegaron al poder republicanos radicales con una política de revancha y humillación al Sur, hasta la presidencia del general Grant, en 1876. Su lema de campaña fue: «Tengamos paz». Las décadas siguientes fueron de memorias paralelas. Ambos bandos celebraban sus días del veterano por separado y erigieron estatuas a sus héroes. La esclavitud estaba abolida, pero el Sur impedía a la población negra ejercer sus derechos políticos. Cien años después las heridas seguían sin cicatrizar. En 1956 murió el último veterano de la Unión. El gobierno federal seguía pagando pensiones a tres mil viudas de la Unión. En 1958 cayeron en la cuenta de que no habían pagado nada a los veteranos y las viudas de la Confederación. Hicieron una ley para pagar a los que quedaran vivos. Encontraron dos veteranos del ejército perdedor y 526 viudas. Un dato demoledor de cómo se gestionó la justicia y la reparación a las víctimas. ¿Cuándo terminó realmente esta guerra civil?

Cien años después, el movimiento por los derechos civiles logró llevar a la práctica los derechos robados a los descendientes de los antiguos esclavos. Las heridas pudieron ir cicatrizando, a lo que colaboraron multitud de memoriales y museos acerca de la esclavitud y la guerra civil como fenómenos que no se deberían repetir.

Tras una guerra civil, tres son las políticas para afrontar el futuro:

1. La política de revancha. Exaltación de los vencedores y recordatorio a los vencidos de que lo fueron. Se crean monumentos a un bando y se olvida la memoria del bando derrotado.

2. La política de olvido. La guerra civil da vergüenza y se decide por ley o de forma tácita hablar poco y de soslayo del tema. Hay leyes de amnistía o de punto final. No se persiguen los crímenes ni se repara a las víctimas.

3. La política de reconciliación. Se decide afrontar el pasado. Se analizan las causas sociales y políticas del conflicto. Se crean museos que tratan con ecuanimidad el conflicto. Se repara a las víctimas. Se crean espacios donde reconocer al otro y educar a las generaciones futuras para que no se repita.

Nuestra guerra civil fue un conflicto que dirimió fuertes disputas políticas, socioeconómicas e ideológicas. Sus consecuencias llegan hasta hoy. Las tres políticas de memoria ya se han aplicado y experimentado, como hemos visto, en otros países. Es fácil ver que el franquismo aplicó la política de revancha, la Transición la política del olvido. El Estado español democrático actual debería afrontar una auténtica política de reconciliación. Debería ser el Estado, quien localice, exhume y entierre dignamente los cadáveres de los más de cien mil españoles abandonados en fosas comunes y zanjas, reparar materialmente a las víctimas de la guerra y la dictadura, anulando juicios injustos. Y crear una política consensuada de construcción de museos y memoriales ecuánimes, donde las memorias de la guerra puedan conversar. Una herida tan profunda tardará en cicatrizar. Han pasado ochenta años. Es posible que tengan que pasar cien o ciento veinte años. Una política inteligente, firme pero consensuada, permitiría mirar al pasado con serenidad y al futuro con esperanza.

*Profesor de instituto