Aragón se está desenganchando del carbón como mineral energético a la velocidad que marca una fecha escrita en rojo en el calendario, el 30 de junio del 2020, cuando la térmica de Andorra cierre definitivamente. El negro mineral ha sido un referente en esta industria, pero las prescripciones medioambientales dictadas desde Europa han ido poniendo fecha de caducidad a una producción que arrastraba dificultades en los últimos años para mantener su aportación al mix energético, en el que las renovables estaban, están, tomando el relevo. Los últimos datos de generación de energía en este primer semestre del año marcan esta evolución de forma indefectible. La central ha producido 515 gigavatios hora, la cifra más baja en este periodo en sus cuatro décadas de existencia. En sus instalaciones quedan 800.000 toneladas de carbón con las que la térmica espera afrontar los meses que le quedan de actividad. La trascendencia de su cierre sobre la comarca y la provincia turolense es demoledora y en las soluciones alternativas que se están definiendo radicará la oportunidad de un futuro de desarrollo para las gentes y los municipios más afectados. Queda mucho por hacer y por concretar y la transición energética no la pueden pagar los habitantes y los territorios que sostuvieron los años de producción. En el nuevo boom de las renovables puede buscarse también una esperanza de empleo y futuro.