La posición de cada cuál en el escalafón social según la cuna en que le arrullan marca su devenir. La conquista de sociedades democráticas en lo político, capaces de intervenir en lo económico para atemperar las desigualdades entre el ático y el sótano, pretendía que el lecho inicial no fuera una carga inamovible y propició la extensión de la clase media, el gran colchón de la estabilidad social. En Europa, su amplitud y afianzamiento tras la Segunda Guerra Mundial, la convirtió en el combustible contributivo e ideológico del Estado del bienestar. El capitalismo, mientras tuvo enfrente a la hoz, el martillo y los misiles, dejó hacer sin soltar las riendas. Pero llegaron los negocios de la globalización, cayó el muro, las finanzas camparon a sus anchas y el low cost se impuso en el consumo, la producción y los salarios. La herencia y el patrimonio --que nunca habían cedido--, se rearmaron frente a los méritos en la escalada individual, las grandes empresas y fortunas se convirtieron en las responsables del 70% del fraude fiscal que, a su vez, deja sin ingresos para redistribuir al 25% del PIB español, por ejemplo. La clase media se estrecha mordisqueada por la pobreza. Por arriba, las élites no aumentan sino que engordan. La desigualdad acelera su expansión, como el Universo. Y al economista de moda, el francés Thomas Piketty, que denuncia y cuantifica la acumulación de riqueza en tan pocas manos, ya le acusan los periódicos financieros de errar en los números. Palmo más, palmo menos, la calle sabe lo que hay. Periodista