El último encuentro entre Pedro Sánchez y Pablo Casado se ha resuelto como un nuevo desencuentro entre el partido del gobierno y el que encabeza la oposición. No hay manera de que PSOE y PP cierren un solo pacto o acuerdo. Desde la crisis económica de 2008, sus diferencias son tan insalvables como la distancia que les separa, tan corta en el hemiciclo, tan grande en la sociedad.

En su reciente reunión en Moncloa, Casado propuso a Sánchez constituir una especie de Agencia Nacional para la Recuperación que administrase los 140.000 millones de euros que se esperan recibir de Europa. Con esa iniciativa, el líder popular estaba tácitamente cuestionando la capacidad de los ministerios y subsecretarías de Sánchez a la hora de llevar a cabo dicho reparto en equitativas proporciones para las comunidades autónomas y sectores desfavorecidos. Sánchez, aunque dijo que lo estudiaría, y pidió «papeles» a Casado para ir trabajando, difícilmente podrá apoyar una medida que, solapándose a su Administración, encarecería sus funciones. Además de esa peregrina idea, dos proféticos nombres surgieron para dirigir esa utópica Agencia para la Recuperación: Jaime Caruana, ex gobernador del Banco de España, y Pedro Solbes, exvicepresidente económico con Rodríguez Zapatero. Protagonistas olvidados ambos de un pasado que ya no existe.

Como no existe la leal colaboración entre gobierno y oposición. En lo que va de año, con un estado de alarma y tantos muertos de covid como hubieran podido evitarse de haber trabajado con antelación y sintonía, Sánchez y Casado se han visto un par de veces. Por teléfono habrán hablado otras dos. A esa incomunicación hay que añadir la escasa simpatía, y felina vigilancia, que se profesan y el gato de sus partidos hacia cualquier perruna fidelidad hacia el rival. Como la brecha salarial, el abismo político entre ambos es demasiado ancho para que el país aúne estrechamente a sus mejores esfuerzos en objetivos comunes, como esa Recuperación Nacional que el PP propone activar con el dinero de Europa. Fondos, por cierto, obtenidos no por la oposición, sino por el gobierno.

La relación del PSOE y el PP no se basa en cambios de cromos, ni en juegos de tronos, sino en el diálogo entre besugos y sordos.