Amaral. Todo se ha sosegado otra vez. Hay súbitos clímax, y luego se reanuda el sopor. Josep Pla escribía que el aburrimiento es la prueba de la civilización, de que todo marcha bien. Alguna bronca en los astilleros, como en los remotos ochenta. La sacudida del comunicado encapuchado ha sido absorbida por la normal normalidad. Lo cierto es que no matan, y eso --cruzando siempre los dedos-- es lo esencial. Eso no hay que regateárselo a este gobierno. El gentío va por la calle dándole al móvil, todo es vida propia. Hay irrupciones, instantáneas, como las vallas electorales, que compiten con el tabaco, pero cada cual vuelve a si, a sus electroimaginaciones. Los buses se han vuelto espacios privados, cada cual se refugia en su agenda, en los auriculares o los microjuegos. Hasta que llega el topetazo, que quizá hay demasiados. A veces, en la salvaje curva de Juan Bautista del Mazo, en Zaragoza, en los desniveles del AVE, los buses parece que se van a descuajeringar: es un poco obscena esa rampa enroscada, evoca al túnel helicoidal del Canfranero, ay, tan roto. Se les ven los bajos a los buses, se les ve casi todo en esa curva que no acaba de abordar la SZAV. Empieza la campaña oficial, aunque cada cual está a su agenda, y los seísmos puntuales se remansan enseguida en la sabiduría de las gentes, que van con un ojo en el móvil, otro en el euribor. Las contradicciones se van acumulando, hasta que la audiencia se inmuniza y/o se recalienta. Los ministros dicen que invierten mucho en esta tierra. Pero el vecindario va saliendo a pedir carreteras más anchas, autovías, tramos sin tantas curvas. Es que no hay una sana. Y a dar ideas, y a poner también de su parte, dinero, suelo, grava, brazos. Al final, te puede venir un ministro y caerte muy simpático; te puede demostrar lo que sea con las cifras que acaba de repasar en el auto --quizá las confunde con otra comunidad, con las prisas--, al final cada cual ve el trozo de realidad que le toca, ve si tiene autovía, carretera mal desdoblada o autovía buena. Ve si tiene adsl, cable, y cuánto le cuesta. Y así, con trozos de datos de primera mano, vamos afinando el contador.

A veces un ministro se va de la lengua, dice tontadas, jautadas. Hay indiferencia y fatiga, un poco de fatalismo, y un poco de aburrimiento a partir de un nivel de renta. "Las luces del alba".

*Periodista y escritor