Me parece que era Víctor Hugo el que afirmaba en uno de sus versos que con la ironía comienza la libertad. Bueno, al menos nos compensa de no ser libres, o apacigua la presión de esas cadenas, no siempre visibles, que nos sujetan a la sociedad, al IRPF o al consultorio médico. Mariano Rajoy es un irónico, pero no es un hombre libre, porque todos los políticos están sujetos a la disciplina de su partido y a las ortodoxias que ellos mismos ayudan a redactar. Sin embargo, de vez en cuando, como esos toreros demasiado severos y ortodoxos que alguna vez rompen por donde menos se espera, se arranca con una ironía fina, con una observación en la que va envuelto un delicado sarcasmo a punto de nieve.

No cabe duda de que esto es bueno para él, es positivo para los que creemos que el humor es una señal de inteligencia cultivada que se debe paladear como los vinos de buena añada, pero no sé si será bueno para su partido, donde parecen más proclives a la afirmación recia y emocional que a la sutileza. Bueno, no sólo en su partido. Si pusiéramos a desfilar las asperezas y vulgaridades pronunciadas en los últimos seis meses por la clase política, observaríamos una variada colección de chuladas, descaros, matonismo y bravuconadas, dignas de las peores familias. La masa electoral, por otro lado, suele ser seducida más por los sentimientos que por el raciocinio, y no sé yo si captarán el valor que tiene la ironía en medio de tanto político que pasa de la jerigonza del ejecutivo cursi al meritoriaje tabernario como si tuviera que aprobar las oposiciones a gañán, pero a mí, particularmente, me agrada que la rara planta de la ironía pueda crecer en el hosco patio de la política. No todos los inteligentes son irónicos, pero está comprobado que todos los irónicos son inteligentes. Claro, que la ironía es un filo de navaja que puede servir para cortar el pan de la amistad intelectual o para causar heridas graves en esas gentes que suelen tomarse muy en serio. Veremos cómo la maneja Rajoy.

*Escritor y periodista